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Eva Miquel Subías

El escaño, ese oscuro objeto del deseo

Y el sistema electoral de listas cerradas no hace más que enturbiar este proceso, en el que más de uno acaba con la úlcera ensangrentada. Porque las denominadas listas cerradas parecen herméticas. Envasadas al vacío, añadiría.

Confesión. No hay nada mejor que una noche en vela debido a un repentino insomnio para poner en orden algunos de los pensamientos más destartalados; y no pocos en mi caso, como muchos de ustedes se figurarán. Que ya nos vamos conociendo.

El problema de contar ovejitas es que quizás consigas dormirte, pero el camino a seguir es demasiado aburrido para una servidora, con lo que no me compensa. Así que tras un par de documentales sobre la ballena azul, un debate en la CNN sobre los posibles candidatos republicanos y algún capítulo vintage de Sex and the city, me dispuse a intentarlo de nuevo. Y para tal propósito, empecé a contar escaños, en lugar de proceder con tan tiernos animalillos.

Como casi todo en esta intensa vida nuestra, trágico final pero apasionante trayecto.

Vino al hilo –antes de que alguien intuya tendencias obsesivo-compulsivas– de unas declaraciones de la exministra de Cultura en las que apuntaba que "a la política le sobran malvados por un tubo". Córdoba, al parecer, no podía dar cobijo al mismo tiempo a Rosa Aguilar y a Carmen Calvo. Y hoy, la varita está puesta sobre la primera. Ya saben mi opinión al respecto de que nadie, absolutamente nadie, es imprescindible en política.

En una línea similar se manifiesta otra exministra, MªAntonia Trujillo, también descabalgada de las listas electorales. Ambas regresan a sus respectivas universidades, retornan a la sociedad civil. Y ambas coinciden en lo que ya coincidían anteriormente, pero que ocultaban para no ver peligrar sus cargos.

Así es. Ausencia por el momento de declaraciones al otro lado del río. Y es que el olor a poder es cada día más penetrante, el mejor estímulo para la paciencia.

La envidia, el juego emborronado por estiércol, el aprendiz de estratega de andar por casa que nunca conocerá el florete porque jamás pasará del uso de la navaja de oscuro callejón, luce siempre su más siniestro rostro en la política interna de las principales formaciones políticas.

Y el sistema electoral de listas cerradas no hace más que enturbiar este proceso, en el que más de uno acaba con la úlcera ensangrentada. Porque las denominadas listas cerradas parecen herméticas. Envasadas al vacío, añadiría. ¿Por qué razón debemos votar una candidatura al completo en una determinada circunscripción cuando quizás el número dos, el cinco o el mismo uno nos puede parecer absolutamente deleznable? La cuestión es: ¿castigo entonces a la formación a la que deseo conceder mi papeleta por escoger mal a un tipo en concreto? ¿Qué otra opción tenemos?

Porque no hablamos de mérito, de conocimiento, de background.

Debo ser justa. Conozco a muchos parlamentarios. Y a muchas. Y tengo amigos entre ellos. Los conozco de todo tipo y condición. Se trata, al fin y al cabo, de un reflejo más de nuestra sociedad. Y créanme, los hay entregados, esforzados, trabajadores infatigables, de firmes convicciones y con trayectorias profesionales impecables a sus espaldas.

Y a todos les chifla estar. Incluso los que lo niegan. Porque al fin y al cabo es donde, como diríamos en mi tierra es remenen les cireres –se mueven las cerezas–, la manera de permanecer en el meollo de lo que se cuece en política. Y ahora los fogones están a todo gas.

Conozco a quien no le ha compensado. Nuestro sistema de elección te obliga a una disciplina férrea, a un pensamiento único y a una vida endogámica que no hace más que retroalimentarse con las mismas ideas, los mismos colegas, con las mismas reglas de supervivencia. Y la auténtica cara nunca se muestra tal y como es.

Porque todos desean lo mismo y en el proceso de seducción, ya todo vale. Ya saben, como en el amor y en la guerra.

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