Leo en La Vanguardia que Artur Mas ha decidido emprender un road show por toda España para contar las peculiaridades de Cataluña y hablar del proceso soberanista. Se trata, en definitiva, de "hacer pedagogía" al respecto de las "aspiraciones de la mayoría social y política de Cataluña apelando a la conciencia democrática de los españoles". Hala. Poca broma.
Según parece, el president así lo comunicó a sus consellers en la reunión del Consell Executiu del martes. De este modo, les animó a que no desaprovecharan la ocasión de vender el proyecto nacionalista a nuestros hermanos españoles –esto es cosecha mía–. Algo así como si el tuyo te dijera que la casa se va a partir en dos, que ambos vais a salir perjudicados, pero que necesita el espacio para él solo, aun a costa del sufrimiento de todos los vecinos y de llenar el edificio de grietas profundas y de difícil y costosa reparación. Pero todo ello de muy buen rollo. Sobre todo.
Lo de hacer pedagogía es muy pujolístico. E incluso una servidora, de tan interiorizado que lo tenía, le comunicó en una ocasión al president actual que ya no tenía fuerzas para hacer pedagogía, que ya la había dejado hacía mucho sin argumentos y sin apenas aliento. No creo que le impactara demasiado. Francamente.
Bien. Pues la misma noche de la gran encomienda, uno de los miembros del Consell participó en una cena en Madrid. En el mismo día. Donde, precisamente, el tono empleado no pudo ser más áspero y provocador. Donde, sin pestañear, se afirmó que Cataluña no ha sido la que ha creado ningún conflicto –ojo al dato–, y donde se dejó entrever que la doble pregunta con triple respuesta quizás encierre una voluntad de pacto. A grito pelado. Pero voluntad de pacto.
La pregunta pactada por los grupos nacionalistas e independentistas encierra, según parece, ganas de sí pero no. Esperen que aquí hay telita que cortar. Así que tenemos unos cuantos días para ir desentrañando el misterio de las cuestiones que ellos mismos saben que no se llegarán a producir.
Pues sin que nadie me lo pida, voy a permitirme la libertad de lanzar un par de consejillos.
Así, para empezar, no estaría de más vigilar quién de los suyos le va a hacer los coros en sus actuaciones estelares. Porque un mal acompañamiento se lleva por delante hasta a Bruce Springsteen. E insisto, el mismo día en el que instaba a sus coros a participar en varios escenarios, hubo alguien al que de tanto falsete, los gallos que soltó acabaron por atragantársele a más de uno, incluyendo a algunos de los de su misma formación, a los que, por cierto, guardo un franco afecto.
Y para continuar. Quiero, desde aquí, animar muy sinceramente al president de la Generalitat a que lo dé absolutamente todo en el escenario, que se entregue al máximo a su público. Porque cuando tenga que gestionar tanto descontento de los supuestamente suyos tras haber creado tanta falsa expectativa, podrá comprobar cuán generoso es el pueblo español, porque después de tanto desprecio, serán ellos quienes probablemente le acaben consolando.
Y será entonces, queridos amigos, cuando realmente podrá comprobar en sus propias carnes lo que encierra en sí misma la doble pregunta.