A nadie le sorprenderá demasiado si afirmo que en cualquier mesa de las terrazas más solicitadas de Madrid, la monotemática económica es la que impera, a poco que alguno de ustedes haya puesto la orejilla en algún momento en el mantel vecino. Tan sólo si España ha jugado ese día algún partido puede incorporar a la conversación una cuestión diferente a debatir o comentar.
Y espero que nadie se moleste si confieso que en un momento concreto de una de esas cenas, empecé a recordar algo que había leído de Eduard Punset al respecto de la creatividad. El divulgador científico apuntaba la importancia y relevancia de ésta aplicada a la adecuación del sistema político.
Fue entonces cuando comencé a diseccionar mesa por mesa, diferenciando el carácter de una mayor empatía de las señoras y una posible sistematización de los caballeros, mientras hilaba la teoría de que el factor clave es el de empatizar con las necesidades y problemas de los que te rodean.
Me planté en el momento en el que intentaba recordar algo al respecto de unos inhibidores latentes del cerebro que, de fallar éstos y dejar que en nuestra mente penetren –en cualquier instante de aparente concentración– factores de lo más diverso, tales como ideas, intereses incluso opuestos o grupos de personas, todo ello no hará más que facilitar la tan deseada creatividad.
De hecho, ella es la gran deseada de este año. La creatividad. La creatividad surgida de la austeridad, la creatividad para comunicar, la creatividad para vender y la creatividad que debería florecer más allá de la economía. La creatividad, en definitiva, responsable del resurgimiento de la política. Así, con letras mayúsculas.
Estoy imaginando la cara de alguno de ustedes. A ver por dónde sale ésta hoy con la complicada y severa situación de crisis que España atraviesa.
Pues créanme si les digo que hoy me encontrarán ustedes más seria que nunca.
Y de la misma manera que tengo la teoría particular de que en épocas especialmente difíciles, aumenta la lectura de evasión, el cotilleo y, por qué no, los relatos eróticos –recuerden que ha habido un aumento espectacular de éstos últimos en sus versiones digitales– por la sencilla razón de que el ciudadano necesita abstraerse y también verse reflejado en los problemas de los demás, tengo también la sensación de que estamos ansiosos de compra.
Sí. De compra compulsiva, de consumismo. Pero de aire fresco, de ideas y de proyectos. Aprovéchense, háganme caso porque estamos en disposición de adquirirlo todo. Y bien baratito.
Hagan de Don Draper, desplácense al salón y véndannos. En serio. Porque lo vamos a comprar. Necesitamos comprar. Y no se me ocurre un momento más propicio para ello.
Porque necesitamos saber los puntos en los que se sitúa la prima de riesgo. Y, por supuesto, necesitamos conocer los severos ajustes que son necesarios aplicar para salir todos juntos de esta dramática situación.
Pero también necesitamos seguir creyendo. Y de igual modo que las grandes depresiones y crisis económicas y sociales han originado a lo largo de la Historia nuevos movimientos pictóricos o literarios, creo que no deberíamos dejar pasar la oportunidad de diseñar una nueva vía para esa política, ahogada en estos momentos por el protagonismo imperante de la economía y los mercados.
El lienzo lo tenemos algo emborronado pero deseoso de que le lancemos un par de buenas brochas de pintura. Y nosotros, ansiosos de adquirirlo. Sin necesidad de pujar.