No se recuerda en la historia de las campañas presidenciales estadounidenses una que haya reunido tantos ingredientes ajenos a la política como ésta. Una campaña cuyos momentos estelares han sido, por parte de Trump, una serie de salidas de tono que han animado mucho a sus incondicionales pero que le han hecho perder gran parte de sus apoyos más cercanos, imprescindibles para llegar a la presidencia; y, por parte de la candidata demócrata, la sombra de la sospecha de un uso ilícito de información privilegiada o que afectaba a los intereses de Estados Unidos en el mundo. En definitiva, una presidencia que se va a ganar por errores ajenos más que por méritos propios de los candidatos.
Ahora la disyuntiva no es entre proteccionismo y globalización, entre seguridad y distensión o entre medio ambiente o más emisiones de CO2. La elección está entre un candidato que con historias como para escribir un guión a medio camino entre Los albóndigas en remojo y Yo soy la justicia y una candidata que ha afrontado y cometido numerosas infidelidades, desde la de su esposo en el Despacho Oval, unido a su despacho de influencias –que ha generado cuantiosos ingresos de orígenes muy diversos–, hasta el uso de su correo personal para emitir opiniones sobre cuestiones de seguridad nacional siendo secretaria de Estado, lo que supone una infidelidad a sus obligaciones como funcionario público con tan altas responsabilidades.
El último capítulo de esta trama surgió esta semana con una carta del director del FBI, James Carney, a los congresistas que trataron de la cuestión de los correos de la candidata en la que afirma que, mientras estaban en una investigación independiente del caso, encontraron unos correos de Hillary Clinton cuya relevancia o significancia todavía se ignora. Imagino el dilema moral del director del FBI ante la disyuntiva de guardarse la información hasta después de las elecciones o salir del paso publicando la realidad desde el momento en el que tuvo conocimiento de ella; nadie le ha criticado en público por ello. Menos mal que Edgar Hoover lleva muchos años muerto y debemos confiar en la imparcialidad de la Agencia Federal de Investigación, porque esta maniobra con la mano oscura de Hoover detrás en otros tiempos hubiera quitado o dado una presidencia.
Si la campaña ya venía salpicada de un morbo sexual creciente, este nuevo capítulo refleja un ambiente de sexo, mentiras y cintas de video que sacude a una buena parte de la vida política norteamericana y que explica la necesidad de una regeneración política en Washington.
El protagonista de esta nueva truculenta historia es Anthony Weiner, congresista demócrata hasta 2011 que tuvo que renunciar por un escándalo de envíos de fotos y mensajes de alto contenido sexual que implicaba a menores. El tipo en cuestión, con tan escabrosas aficiones, hasta el pasado mes de agosto era el esposo de Huma Abedin, asistente de Hillary Clinton. En una nueva investigación de acoso sexual sobre Weiner, el FBI encontró en los servidores del congresista, entre videos donde el hombre exhibía sus atributos sexuales a menores y mensajes obscenos, correos privados de la secretaria de Estado a su asistente. Como se comprenderá a estas alturas de campaña, la verdad es tan relativa e insignificante que tan intrigante asunto ha encendido las luces de alarma entre los demócratas.
Lo que ha dicho el FBI es que ha encontrado correos en el móvil de Weiner dirigidos a su esposa sin saber nada de su contenido o significación. Que entre los 15.000 correos de Clinton los hubiera a su ayudante no parece que sea un elemento de tanta gravedad; pero a estas alturas de la campaña cualquier ayuda es buena cuando las encuestas sitúan a Trump muy lejos de la Casa Blanca. En esta larga secuencia de continuas declaraciones de contenido sexual que afectan a los candidatos, cualquier acción es válida, y para la prensa republicana este descubrimiento a once días de la votación puede resultar decisivo en estados que se hallan ahora en empate técnico.
Aquí han acontecido una serie de fenómenos que no han ocurrido por azar. Si en el pasado los periódicos que apoyaban a cada partido pagaban grandes cantidades hurgando en la vida de los candidatos para encontrar una minucia que pudiera hundir una campaña, lo descubierto en ésta daría para hundir a un candidato de por vida, pero ahí siguen, ya que a cada descubrimiento le sigue otro todavía peor, y así llegaremos no al martes electoral sino al final de la presidencia de Hillary Clinton si, como parece, gana las próximas elecciones. Nunca los candidatos habían mostrado tanto desprecio hacia sus errores del pasado, y éste es sin duda el gran cambio en la política norteamericana. Durante décadas, la honestidad, el patriotismo, la defensa de la Constitución, los valores de la libertad y la familia fueron los pilares del sistema político de Estados Unidos. Hoy todo este armazón parece derrumbarse por ese ímpetu que muestran los políticos norteamericanos por importar lo peor de Europa.
Sin embargo, el tema de los correos de Hillary Clinton, como los de la Convención Demócrata, no puede considerarse casual. Uno de los supuestos hackers acusado de parte de estas violaciones de correos se crió en una pequeña aldea del oeste de Rumania, donde apenas hay internet, y por supuesto carece de estudios y de conocimientos específicos: responde al nombre de Marcel Lazar. El supuesto cerebro se hizo famoso en Estados Unidos en 2013 al publicar unas fotos del presidente Bush en el hospital. A partir de ahí, y sólo gracias a su inteligencia natural, pudo hackear el servidor de AOL para encontrar documentación confidencial de líderes políticos norteamericano, destacando su fijación por los secretarios de Estado, ¡qué casualidad! Como hombre de paja, Lazar no tiene precio.
Ahora Lazard cumple condena en Estados Unidos, mientras asegura que el mundo está gobernado por los Illuminati y otras perlas que claramente explican que este tipo no ha podido ser el autor de toda una compleja acción cibernética que requiere de una estrategia muy clara y de muy sofisticados equipos, que hoy sólo están al alcance de Gobiernos. Hay evidencias de que ya en 2011 los servicios secretos rusos sabían que la secretaria de Estado utilizaba un servidor particular, un iPad y una Blackberry para transmitir correos públicos y privados, y de que dichos equipos sufrieron diversos intentos de hackeo procedentes de China y Serbia en los siguientes años, sin que a ciencia cierta podamos saber si fueron exitosos y si los hackers pudieron grabar con la cámara de sus equipos personales todas las reuniones y conversaciones de la candidata demócrata. La sospecha de que esta información puede ser utilizada en el futuro es un motivo de gran preocupación en la Agencia Central de Inteligencia, que carece de suficientes datos para evaluar el potencial daño de esta acción de espionaje y sabotaje en la seguridad de Estados Unidos.
El Gobierno norteamericano tiene muy claro, y así lo ha afirmado el Departamento de Seguridad Nacional, que el origen de toda esta actividad delictiva está en Moscú y en los servicios de ciberataques del sistema de seguridad del Gobierno ruso. Se trata sin duda de una acusación directa de injerencia de una potencia extranjera, que habría podido resultar de extraordinaria gravedad si no hubiera venido acompañada de una larga serie de hechos delictivos de esta naturaleza que han tenido origen en Rusia y que se han desarrollado durante la última década. ¿Cómo nos puede extrañar que Rusia no tenga interés en la elección del nuevo presidente? ¿Cómo podemos pensar que es incapaz de realizar un sabotaje de este tipo, cuando está continuamente violando la legalidad internacional, como ocurrió en Crimea y ocurre en Siria; cuando sus aviones estratégicos realizan misiones de alto riesgo en Europa; cuando incrementa su arsenal nuclear? Pero no existe ninguna prueba y nunca la habrá, porque así son los mejores ciberataques: nunca dejan huella. Si el crimen perfecto existe, es sin duda informático, y es posible que las vulnerabilidades generadas estén ya poniendo en riesgo la seguridad de Occidente
Lo que sí podemos afirmar es que, dadas las diferentes consecuencias que para el mundo tendría la elección de un candidato sobre otro, no es de extrañar que exista un amplio grupo de potenciales ejecutores de estas acciones. Podemos pensar que hay un grupo de guerreros del antifaz informáticos repartidos por todo el mundo dispuestos a luchar contra todas las injusticias a base de entrometerse en la vida privada de las personas a través de las redes; pero más bien parece que todos estos acontecimientos que vienen ocurriendo hace ya algún tiempo tienen una motivación estratégica, tienen un claro objetivo de desestabilización y pueden producir un daño gigantesco, de impredecibles consecuencias.
Lo cierto es que sólo a los enemigos de su hegemonía les interesa debilitar el sistema político de EEUU, y no es difícil adivinar quién reúne más condiciones para ser el supuesto autor de estas acciones. El debate está no sólo en la gravedad de los errores cometidos por Hillary Clinton en el uso de los correos; lo realmente alarmante es si un Estado está utilizando de forma ilícita la información privada de personas relevantes para producir una involución política con una acción deliberada y planificada que signifique y publicite unos errores y oculte otros.
¿Cómo acabará esta historia? Es difícil de adivinar. Ahora mismo, a diez días de las elecciones, Trump tiene, entre asegurados y probablemente seguros, 77 votos electorales, frente a 169 en las mismas categorías de Hillary. Tomando también aquellos estados en los que cada candidato tiene una ventaja superior a dos puntos, estaríamos en 126 votos electorales para el candidato republicano y 252 para Hillary. En empate técnico se encuentran 160 votos, distribuidos en diez estados en los que la distancia entre ambos es inferior a 2 puntos. Que Arizona y Texas, estados republicanos por excelencia, estén empatados puede ser un indicio del descalabro que podría aguardar a Trump. A Hillary le bastaría con ganar, de estos diez estados, en Florida para ser presidenta. Los datos globales de las encuestas de la última semana hablan de 333 votos en el colegio electoral para Hillary y 205 para Trump. Teniendo en cuenta que el voto adelantado, un 13% del electorado, hasta hoy ha votado mayoritariamente por Hillary en estados clave como Arizona o Carolina del Sur, podríamos afirmar que Trump necesita algo mucho más grave y evidente para recuperar opciones.
El candidato republicano va a necesitar más que esta manita que de forma involuntaria le ha echado el FBI, y que quedará en aguas de borrajas. Lo único novedoso de este asunto es que hayan aparecido los mensajes en una investigación tan escabrosa, pero no me extrañaría que hasta yo tuviera en el spam un correo de Clinton, dada esa gigantesca capacidad redactora, que me hace sospechar que o tenía un negro que le escribía los correos o que apenas iba a la oficina.
Si los republicanos se hacen con la mayoría en ambas Cámaras y aparece un solo correo en el que se haya hecho un breve comentario sobre un tema que afecte a la seguridad nacional, por banal que pueda parecer, entonces se abrirá la caja de los truenos. Todavía hay republicanos que tienen deudas pendientes con el apellido Clinton después del caso Lewinsky, y si encuentran un resquicio para atacar a una presidenta que gozará de escasas simpatías públicas, lo harán sin piedad. Y a lo mejor resulta que acaba siendo presidente por accidente su pareja electoral, Tim Kaine, lo más parecido al perfil de Harry S. Truman en la historia política norteamericana; por lo que más le vale al senador por Virginia ir revisando sus correos para no encontrarse con otro capítulo, esta vez propio, de este largo serial de sexo, mentiras y cintas de video.