La Unión Europea hace mucho tiempo que perdió su visión estratégica, maniatada por una crisis existencial y financiera que la hace incapaz de ser un agente válido en la resolución de los problemas internacionales. Mientras que las grandes potencias y Turquía deciden sobre la guerra de Siria, los europeos cargamos con la culpa moral de no aceptar a los centenares de miles de huidos de Siria que viven en unas condiciones lamentables en los campamentos en Turquía.
Esta ceguera nos lleva a la expiación de las culpas por tratar de proteger las fronteras con botes de humo, mientras que ignoramos miles de violaciones que se producen en los campos de refugiados turcos, los centenares de niños que mueren a diario y las enfermedades, por no hablar del daño moral. En unos campamentos sin medidas sanitarias, no saben ni siquiera si el coronavirus está extendido entre los refugiados porque no se pueden permitir el lujo de tratar de forma individual a cada inmigrante como hacemos los europeos.
El problema de Europa es que no queremos tener mendigos en la puerta de casa. Sólo aliviamos la carga cuando ya se nos hace muy pesada, adquiriendo compromisos con países como Turquía que no cumplimos porque desde hace ya tiempo la Unión Europea ha perdido la capacidad de ejecutar sus propias decisiones.
La epidemia del coronavirus es la demostración más palpable de que en el mundo actual no existen fronteras, y contener el virus no es eliminarlo, sino simplemente ignorarlo mientras se descubre la vacuna; el problema con Siria es que Europa no se siente capaz de aplicar la vacuna que resuelva este virus, y está dejando que sean Estados Unidos y Rusia, que no reciben a un solo exiliado, los que decidan cómo quieren resolver o no la guerra en Siria.
Pero hay cuestiones que debemos aclarar para depurar las responsabilidades. Turquía dominó Siria durante siglos, como casi toda la región, y ha estimulado la llegada de refugiados para justificar su necesaria intervención en Siria. Apenas los hay en el resto de sus vecinos árabes; la razón es que la Otomanización del régimen turco es evidente y el gobierno de Erdogán quiere jugar a ser gran potencia, pactando un día con rusos y criticando a Estados Unidos y al día siguiente lo contrario. Los cuatro millones de refugiados son la moneda de cambio de Erdogán para justificar sus decisiones estratégicas.
Cuando las tropas americanas, en una claudicación electoral del presidente Trump, decidieron dejar Siria al pairo de todos los que pretenden destruir la región, Turquía decidió crear su franja de seguridad con la ocupación de una parte del territorio en una ofensiva que mató a unos dos mil soldados sirios. Pero cuando éstos matan a treinta y dos turcos invasores, se desata la crisis, y Turquía pretende comprar el respaldo occidental con el chantaje de los refugiados; la palabra maldita en Europa que hace temblar las cancillerías.
Hoy Turquía está sola y necesita el apoyo occidental para evitar que Rusia vuelva a intervenir activamente en la guerra y terminar con su escudo protector en el interior de Siria; pero mañana es muy posible que los cinceladores del nuevo panorama en la región, Putin y Erdogan, decidan un reparto de intereses que no será beneficioso para nadie más.
Turquía podría vivir con Asad en el poder, si consiguen entre los dos eliminar la amenaza kurda, y conseguir el beneplácito internacional por terminar con el Estado islámico. Una solución al margen de Occidente con el apoyo de Irán y Rusia, sería sin duda la peor de las soluciones y la que pondría en mayor riesgo la estabilidad de la región.
Sin embargo, ni la Unión Europea, ni la OTAN, tienen el más mínimo interés en inmiscuirse en esta guerra; pero es que sólo una victoria militar sobre Asad controlada por Occidente daría la seguridad que buscan los turcos, la supervivencia de los kurdos controlados, la estabilidad de la región y un golpe a las ambiciones de Irán. Pero lamentablemente el escenario es más bien el contrario y si alguien no toma el liderazgo, lo cierto es que tendremos en Europa la mayor crisis de refugiados de la historia reciente. Turquía abrirá sus fronteras, Grecia será incapaz de detenerlo, los populismos que alertan de los peligros de invasión se reforzarán y de paso se debilitará a la Unión Europea y la crisis política y económica dinamitarán las estructuras comunitarias.
Es el momento de que la OTAN justifique su existencia con una intervención medida pero más directa en Siria contra Asad con el fin de terminar con esta escalada de violencia. Es hora de que Rusia vea enfrente a una alianza dispuesta a jugar sus cartas y a defender sus intereses. Ya hemos cedido demasiado espacio a Putin como para seguir haciéndolo en Siria.
Pero con la campaña en Estados Unidos, el Brexit y las reformas estructurales en Europa, tenemos un año perdido, lo que no ocurre con los países que no tienen que dar explicaciones a sus ciudadanos y que tienen como objetivo derrotar a Occidente, empezando por su eslabón más débil, Europa, y dentro de Europa, Grecia. Una jugada bien calculada en la que además de los propios sirios, las víctimas somos nosotros.
Si queremos ser solidarios con los que sufren, si ambicionamos de verdad resolver los problemas, debemos ser mucho más activos en el conflicto en Siria, al igual que lo deberíamos ser en el Sahel; sólo así estaremos más seguros y contribuiremos bastante más a la estabilidad y la seguridad internacional, que simplemente pagando peajes a los países que acogen refugiados o construyendo más campamentos de la indignidad. Los sirios huidos no quieren limosna quieren volver a su país y reconstruirlo, y esa es la ayuda que necesitan de nosotros y ya no hay mesa de negociación donde esto se pueda discutir.