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Enrique Navarro

El miedo desangra a Europa

Si Italia cae, los efectos serán desastrosos. El 'no' tendrá consecuencias mucho más desastrosas para la Unión Europea que el Brexit.

Desde 1945, Europa ha pasado por momentos políticos y económicos muy difíciles. La posguerra; la descolonización, la Guerra Fría, la emigración del sur de Europa al norte; también ha soportado crisis económicas como la derivada de la crisis del petróleo de 1973. Incluso durante muchos años, los inmigrantes ya fueran de las colonias francesas de África; de Turquía en Alemania o de la Commonwealth eran recibidos con los brazos abiertos ante la necesidad de mantener un crecimiento económico y suponiendo una superioridad moral de los europeos frente a sociedades ancladas en la miseria. Todos estos cambios no produjeron grandes revoluciones en la economía ni en las sociedades.

En los últimos años los mal llamados populistas han tenido una creciente presencia en la vida política europea, especialmente en Francia desde que Jean Marie Le Pen fundara el Frente Nacional, pero el fenómeno del radical nacionalismo ha cobrado fuerza en los últimos diez años como no lo había tenido desde 1945. De hecho desde la elección de Trump hasta finales de 2017, puede producirse una involución en Europa que si se cumplen los peores pero previsibles designios, significaría el final de la Europa que hemos conocido en los últimos setenta años, devolviéndonos a los fantasmas del pasado, aquellos que tuvieron al continente en continuas guerras desde 1500 hasta 1945.

Por una parte, tenemos los fenómenos populistas más arraigados en la izquierda radical como Syriza, Podemos, Movimiento cinco estrellas, etc. que han ganado posiciones en los países con las economías más débiles, especialmente en el sur de Europa, sociedades en los que el Estado se ha convertido en el benefactor de sociedades que no han terminado de dar el salto al capitalismo, y que confían en el Gobierno para resolver sus problemas. Son movimientos que anclados en la filosofía marxista consideran que existe una alienación de las capas más débiles de la sociedad causada por los poderosos, en su retórica simplificadora y que el Estado debe ser el opresor de los dirigentes, de los que han explotado a los pueblos, para devolver a la sociedad al sueño del equilibrio igualitario. Mi impresión es que estos movimientos ya están en crisis ante los mensajes más simples pero efectivos del radicalismo nacionalista.

Frente a los populistas, encontramos a los partidos radical nacionalistas que triunfan en Centroeuropa, en países con economías más sólidas, con tasas de paro más pequeñas, en los que han pervivido de forma latentes actitudes que creíamos desaparecidas en Europa tras el fin del nazismo y el holocausto. Hoy en día en muchos países de la vieja Europa, el enemigo es la Unión Europea; el vecino o el refugiado. Nunca como hasta ahora se había percibido tanto miedo en las sociedades europeas desde el auge de los nacionalismos y comunismos en los años treinta ¿ Pero miedo a qué?

Es necesario comprender que ya no se trata de movimientos incipientes o minúsculos, concentrados en determinados países o capas sociales. Hoy día, Austria ha elegido a un ecologista que congrega a su alrededor a todos los movimientos progresistas austriacos, como presidente. Van der Bellen ha vencido frente a un ultranacionalista austríaco Norbert Hofer que cerró su campaña electoral en Viena animando a sus compatriotas a volver a sentirse "orgullosos" de su país. Hay que tener en cuenta que el Partido de la Libertad es una de las formaciones de extrema derecha mejor implantadas en Europa desde hace décadas; en un país que siempre se ha manifestado con fuertes sentimientos nacionalistas derivados de su condición imperial y germánica. La apacible sociedad austriaca no ha sido capaz de digerir a los 150.000 inmigrantes que han llenado sus calles y estaciones procedentes de Siria, Libia o Afganistán. Este ha sido el tema central de la campaña.

El referéndum de Italia, como casi todos los que últimamente plantean los políticos, ha sido una nueva derrota para el convocante, en este caso Renzi, que abandonará el cargo este mismo lunes. ¿Alguien se acuerda cuál fue el último gobierno que organizó un referéndum y lo ganó? Se ha creado tal desapego en las sociedades con respecto a su clase política, que da igual lo que se pregunte; cualquier oportunidad es buena para tumbar al gobierno y forzarle a cambiar el rumbo sin saber muy bien hacia dónde. Que Italia, con una banca en la UCI, con una deuda pública superior al 132% del PIB y con un crecimiento casi nulo entre en un periodo de inestabilidad política, es el peor escenario para Europa y en particular para España. Si Italia cae y necesita de un rescate que de una forma u otra es inminente, los efectos sobre nuestra todavía débil economía serán desastrosos. Y aquí sí nos encontramos ante un hecho diferencial que ahondará como nunca las divisiones entre el Norte y el Sur.

En Italia conviven los dos movimientos; el populismo anarco-izquierdista del Movimento Cinque Stelle de Beppe Grillo, y el nacionalismo de derechas que engloba a la xenófoba Liga Norte y al partido del renacido, a sus 80 años, Silvio Berlusconi. Todos unidos para derribar al gobierno, para luego enfrascarse en un enfrentamiento inevitable que arrollará a los partidos moderados italianos. El 'no' de Italia tendrá consecuencias mucho más desastrosas para la Unión Europea que el Brexit.

La antiinmigración también ha colocado a neonazis en el Parlamento de Eslovaquia donde la extrema derecha entró en el Parlamento con 14 escaños sobre 150 para el partido Nuestra Eslovaquia fundado en 2012 y hostil a los rumanos, a la OTAN y a la Unión Europea. Su presidente Marian Kotleba es considerado por sus opositores como un neonazi. Aunque su presencia política no es muy relevante, obligó al actual gobierno de centro-izquierda, de Robert Fico, a un discurso claramente contrario a las inmigraciones. Y esta es una consecuencia del crecimientos de radicales; que están dirigiendo a la clase política hacia sus postulados para no ser arrollados por los populismos.

En Hungría:, el primer ministro Viktor Orban, presidente del Fidesz (populista), en el poder desde 2010, ha venido acentuando su discurso nacionalista y anti inmigración. Sin embargo lejos de capitalizar a toda la ultraderecha, su retórica está beneficiando al Jobbik de extrema derecha de Gabor Vona, quien brinda otro toque a su discurso, incluyendo al antisemitismo en su odio a la diferencia en la mejor línea nacionalsocialista, y que ambiciona destronar al Fidesz en las legislativas de 2018.

En Polonia, el partido conservador y euroescéptico Derecho y Justicia volvió al poder en 2015. Su líder, Jaroslaw Kaczynski, ha advertido contra los "parásitos" de los refugiados y pregona cada vez con mayor vehemencia un discurso anti alemán y ruso, en el mas rancio nacionalismo polaco del siglo XIX. El gobierno está enfrentado desde julio con la Comisión europea por asuntos concernientes a la independencia de su poder judicial. Las diferencias con la UE están provocando un terremoto político diario en Polonia; todos los días la clase política alude a la traición de Europa a Polonia; una vez mas hablan del reparto de Polonia entre Europa y Rusia, lo mismo que hace doscientos años.

En Finlandia, tras obtener un 17,65% de los votos en las legislativas de abril de 2015 (38 diputados sobre 200), el partido antiinmigración y euroescéptico de los Verdaderos Finlandeses participa en el gobierno de coalición. Su presidente Timo Soini, ministro de Relaciones Exteriores ha admitido que su formación saca partido de la crisis migratoria y de acusar a los países del sur de despilfarrar el dinero que ahorran los nórdicos. Mensajes que calan con gran porosidad en la sociedad finesa.

Para continuar en la burbuja nórdica, en la plácida Noruega, por primera vez en 40 años el partido del Progreso de extrema derecha nacionalista accedió al gobierno en octubre de 2013 integrando una coalición dominada por los conservadores. En diciembre de 2015, una de sus responsables, Sylvi Listhaug, fue designada al frente de un nuevo ministerio, el de Inmigración e Integración, ni más ni menos.

También en Dinamarca, el Partido Popular Danés es un socio ineludible para los gobiernos liberales. Obtuvo el 21,1% de los votos en las legislativas de 2015 y reivindica la medida de confiscación de bienes de valor a los migrantes para financiar su acogida que entró en vigor desde comienzos de febrero y se posiciona como la alternativa al gobierno liberal o socialdemócrata en las próximas legislativas.

En Suecia, los demócratas nacionalistas y xenófobos continúan creciendo en las encuestas que los sitúan cerca del 20% de votos de cara a las elecciones de 2018. El partido ha aumentado de forma brutal su afiliación hasta alcanzar los 250.000; todo un éxito en un país de apenas diez millones de habitantes.

En el Reino Unido, el Brexit del 23 de junio, marca la concreción más espectacular del éxito de los populismos. Diane James, nueva presidenta del partido antiinmigración y eurófobo UKIP, ambiciona convertirlo en la primera formación opositora, en lugar del Partido Laborista, y espera canalizar este apoyo en las próximas elecciones locales del próximo cuatro de mayo, donde además habría que considerar el voto de los partidos independentistas en Escocia y Gales.

El próximo siete de mayo se celebrará la primera vuelta de las: elecciones presidenciales en Francia. Aunque las encuestas sugieren que el conservador François Fillon tiene más posibilidades que Marine Le Pen, tendrán que ser los votantes de izquierda los que salven la presidencia de Fillon en la segunda vuelta. Incluso si Le Pen no gana pero alcanza el tercio de los votos que le auguran las encuestas, sería un gran espaldarazo de cara a las legislativas francesas en las que el Frente Nacional podría ser el partido más votado. Una circunstancia para la que Europa no está preparada.

En Holanda el Partido para la Libertad (PVV, extrema derecha, 12 diputados), creado en 2006, se encuentra al frente en los sondeos de cara a las legislativas de marzo de 2017. Lanzó en particular su campaña afirmando querer "cerrar todas las mezquitas" y "prohibir el Corán". Su líder Geert Wilders también quiere convocar a un referéndum sobre la salida de Holanda de la UE y una vez más la amenaza de un país clave en la construcción europea.

Finalmente, el próximo 22 de octubre serían las elecciones en Alemania. Todos los sondeos indican que Angela Merkel será elegida para un nuevo mandato. Pero la extrema derecha obtendría un buen resultado: Alternativ fur Deutschland (AfD) obtiene un 13% en las encuestas, suficiente para ser relevante en las decisiones importantes en el Bundestag y ser una constante fuente de agitación. Ya tenemos muy malas experiencias en Alemania con minorías de este tamaño, agitadoras y subversivas a finales de los años veinte..

Pero regresando a la cuestión de los miedos. Podemos afirmar que tanto el nacionalismo radical como los movimientos antisistemas obedecen a una pauta común: una simplificación intencionada del racionalismo político. El proceso de la política y más bien del gobierno, es complejo y basado en equilibrios inestables. La mayoría de estas bases ni son explicadas ni comprendidas; mientras han sido útiles a la sociedad, han servido y no han sido cuestionadas; pero cuando la sociedad no ha encontrado en la política la satisfacción anhelada, la reacción ha sido inmediata.

Los populistas no son nuevos en la vida política, ya se hicieron famosos en la monarquía romana; su tendencia a la simplificación busca llegar al corazón de las personas defraudadas con mensajes muy simples pero eficaces. La asignación de causas exógenas a sus problemas; la exaltación del ego individual o colectivo y el desprecio por la diferencia constituyen sus instrumentos. Sin embargo la pregunta que surge a continuación es ¿Por qué este fenómeno es tan acentuado en las cultivadas y ricas sociedades occidentales? La respuesta la tiene Charles Darwin.

Durante siglos y hasta mediados de los años sesenta, la sociedades occidentales se acostumbraron al sufrimiento que formaba parte de su vida diaria. Las persecuciones religiosas, los movimientos migratorios, las enfermedades y epidemias; el despotismo, la esclavitud, el estado natural de la guerra, curtieron a un ser humano acostumbrado a vivir con el dolor y con la incertidumbre. No había ni contratos de trabajo estables, ni sanidad universal, ni vacunas y el irracionalismo se amparaba tras las estructuras totalitarias haciendo que la vida de la gran mayoría de la población fuera un ejercicio de supervivencia física, la emocional les estaba negada a la inmensa mayoría. Hasta tal punto que David Hume denominaba a las enfermedades mentales problemas de ilustrados.

Los gobiernos nacidos de la Posguerra, disfrutaron de una revolución industrial, tecnológica y económica que permitieron abordar reformas que tuvieron un efecto enorme, gigantesco en la inmensa mayoría de las sociedades. La educación universal, la sanidad pública, la estabilidad laboral, la democracia, el respeto a los derechos humanos fueron auténticas revoluciones sociales que nos cambiaron más en dos generaciones que en las cincuenta anteriores.

El transcurso de décadas de Estado del bienestar, de paz, de prosperidad han curtido a un hombre occidental nuevo. En la memoria casi olvidada han quedado el holocausto, los bombardeos de las ciudades, las millones de violaciones. La mente humano para evitar la depresión colectiva se ha instalado en el negacionismo o en el olvido, y sólo tiene como objetivo el presente y el futuro, sin considerar los acontecimientos y errores del pasado. El Homo Occidentalis es un ser que no necesita cazar, ni sufrir, muy al contrario puede tener una vida digna y lo último que desea es un cambio de estatus. El nuevo hombre es temeroso de los cambios, de la diferencia, porque considera que amenaza su estabilidad. Por esta razón movimientos que durante siglos fueron considerados como parte de la propia evolución social son vistos ahora como amenazas. El populismo ha abierto los ojos de las gentes acusando al sistema de querer destrozar la obra acumulada en estas últimas décadas.

El nacionalismo ensalza el ego frente a civilizaciones consideradas inferiores que todavía viven ancladas en el sufrimiento consecuencia de su retraso evolutivo. El problema para Occidente es que el Homo Orientalis, por denominarle de alguna manera, es inmensamente superior por su capacidad y actitud para el sufrimiento y aquí radica la amenaza y el miedo. Por primera vez, sentimos que los invasores pueden destruirnos, que acabarán con esta barrera que hemos construido denominada Estado de bienestar. Incluso la debilidad nos impide abordar el problema con ambición o seguridad. Las sociedades no quieren ser invadidas pero tampoco están dispuestas a asumir el sufrimiento de la defensa; odian la guerra como la máxima expresión de su decidida voluntad nihilista que sólo tiene como objetivo el bienestar social y mental. De manera que ante la amenaza, lejos de fortalecernos y defendernos, optamos por la vía fácil, la xenofobia, el cierre de fronteras. Este proceso se repite en cada uno de los estados donde hemos asistido a procesos electorales recientes. Es lo que piensa el votante de Trump, del Brexit, de los radicalismos, de los nacionalismos, de los antisistemas.

El populismo de izquierdas sin embargo ya ha entrado en crisis. Se debate entre insertarse en el sistema como una nueva izquierda moderada o en la algarada callejera. En los países más pobres, el enemigo de fuera no es percibido todavía como una amenaza. Es un posicionamiento político más anclado en la lucha de clases, ya superada en el norte de Europa. El enemigo es el rico, el banquero y contra él dirigen sus ataques como el causante de su estado de malestar. El enemigo es también el europeo rico que no es solidario. Una vez más el problema es exógeno; el pueblo es el sufridor y el causante es ajeno a nosotros mismos. Una simplificación más del racionalismo político.

Pero lo que resulta evidente es que lo que está en cuestión no es Europa, es el racionalismo político, que lejos de alentar el enfrentamiento para resolver los problemas, se ha instalado en la socialdemocracia ideal que como cualquier modelo político no es perfecto, pero éste menos porque no es sostenible económicamente. Han sido los modelos políticos imperantes en estos cincuenta años los que han ido atemperando las amenazas con un estado público creciente pero insostenible. Los gobiernos han sido el "papi estado" empeñado en evitar nuestro sufrimiento inmediato a cualquier precio. Hoy Italia, España, Francia, Portugal, Grecia son estados casi fallidos económicamente, y sólo falta un golpe de ficha de dominó para que todas estas vergüenzas salgan a la luz. Los países del norte y centro de Europa ya han situado al enemigo fuera de sus fronteras, y poco importará que sea sirio o español o griego. Cuando se sientan amenazados dejarán caer el principio de solidaridad y será el comienzo del fin para Europa como entidad política. Si la nueva Europa va a tener como único sostén a Alemania y sus estados satélites, el proceso de construcción europea se habrá terminado, y los demás estamos haciendo todo lo posible para que así sea.

Las expectativas económicas son tan negativas para Europa ya sea por la ralentización del crecimiento, los déficits acumulados - hay una inmensa mayoría de países en Europa que no han conocido más de cinco años de superávit presupuestario desde el final de la Segunda Guerra Mundial-; lo que hace inviable un modelo perdurable en el tiempo, que no habrá economía que puede presentar una alternativa al radicalismo.

Pero la demografía será la puntilla; cuanto más invertida sea la pirámide poblacional, mas temerosos y débiles nos volveremos; y como además seremos mucho más pobres, nos aferraremos a cualquier palo que nos ofrezca una tabla de salvación. Muchos sabemos que este salvador generoso y siempre dispuesto no existe; pero el Homo Occidentalis ha decidido no luchar para sobrevivir y triunfar, sino esconder la cabeza, aislarse y pensar que así no le salpicarán los desastres del mundo exterior, como si eso fuera posible.

De lo que pase en estos procesos electorales dependerá el futuro del mundo y en particular el de nuestro continente y estamos más cerca de dejar a Europa desangrada que vigorizada, más cerca del caos, que será lo que siga a este proceso de cerrazón populista como el siguiente paso lógico de este proceso de autodestrucción, que de la autoregeneración. Así es la evolución humana; necesitamos destruirnos un poco para reaccionar y seguir viviendo; todo los demás forma parte de este proceso de desangrado al que estamos sometiendo a Europa que nos arrastrará a todos a un caos con consecuencias impredecibles.

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