El último acontecimiento impredecible y brutal que colapsó el mundo durante unos meses fue la erupción del volcán Krakatoa el 27 de agosto de 1883, una explosión 10.000 veces mayor que la bomba de Hiroshima, que cubrió de cenizas el planeta durante meses y con efectos sobre la salud y la vida que nunca fueron cuantificados. COVID-19 es el siguiente. Otros colapsos como guerras y otras epidemias, no tuvieron un impacto tan global ya que la gente viajaba como mucho a 30 kilómetros por hora y vivíamos con mucha más holgura en el planeta.
La teoría del cisne negro desarrollada por Nassim Nicholas Taleb, no sólo nos advierte de que estos fenómenos pueden ocurrir, sino sobre todo de que tienen un poder de transformación sobre la historia, modificando imperios, costumbres sociales, hábitos de trabajo etc.
El problema del cisne negro no es en sí la causa, que puede desaparecer con inusitada rapidez, seguramente con las mismas características de su aparición, sino las consecuencias psicológicas que producirá a largo plazo en la sociedad. No tenemos más que ver la influencia que la Primera Guerra Mundial tuvo en el arte, en la filosofía, en la industria, en las migraciones, para darnos cuenta de la dimensión del cambio histórico que se nos avecina.
Estas consecuencias serán más graves en los países europeos que en Estados Unidos o en Asia, porque teníamos la fe ciega de que el estado de bienestar, "el mejor del mundo", nos protegía contra todos los males de manera que ni gobiernos ni sociedades debían preocuparse, y en caso de llegar el problema, alguien lo solucionaría. Es exactamente lo mismo que nos ocurre con la amenaza nuclear rusa o iraní, tenemos la confianza de que nada malo pasará porque creemos en la buena voluntad de los pueblos; a pesar de que la historia es tozuda en lo contrario.
De pronto nos hemos despertado un día y resulta que un bichito, que no vemos, es capaz de destruir toda nuestra cadena de creencias y valores, y como seres vivos que somos, primero no sabemos cómo reaccionar, y en segundo lugar tardamos tiempo en adaptarnos al nuevo entorno de fragilidad. De pronto hemos descubierto que prácticas que considerábamos habituales y seguras como viajar en metro, hacer turismo, ir a un partido de futbol, se convierten en amenazas a nuestra seguridad. Y la razón es porque los gobiernos sólo pueden prepararse para lo predecible, y no siempre, y ahora solo cabe reaccionar a toro pasado.
Siendo un fenómeno impredecible, las normas de reacción predecibles no funcionan, son insuficientes, porque al final no sabemos si merece la pena sobreactuar contra la causa o sobre sus consecuencias. La lógica nos dice que debemos parar la epidemia lo antes posible, y una gran crisis de un mes es mucho mejor que una mini crisis de un año, precisamente por las consecuencias psicológicas. Pero seguramente nada volverá a ser como antes.
Cambiarán muchos hábitos de conducta, volverá el miedo que es capaz de inmovilizar a las personas, como ningún otro factor lo hace. La globalización se resentirá, viajaremos menos al extranjero, deberemos prepararnos para las profundas desigualdades que va a producir la llegada de un nuevo virus, no son muchos los que han surgido en los últimos cien años, de manera que tardaremos muchos años en controlarlo y minimizarlo; pero pronto saldrán medicamentos que estarán al alcance de unos pocos países; las vacunas no serán generalizadas hasta dentro de unos años, y su coste será brutal, lo que nos llevará a cambiar prioridades de gasto público.
Lo incomprensible de la actuación desordenada y escalonada de los gobiernos no se justifica cuando existen los antecedentes de otros países y cuando a fin de cuentas se trata de un virus que no piensa, es decir, que su actuación sigue una lógica. El único problema, a mi juicio, es que el virus es como las explosiones de estrellas en el espacio, lo que vemos hoy ocurrió hace millones de años o 14 días; de manera que deberíamos actuar no por lo que vemos hoy sino por lo que veremos dentro de 14 días.
Si adoptamos pronto medidas aparentemente no necesarias, cuando sean necesarias las posibilidades de controlar serán mayores; sacar pecho de que en una comunidad no hay enfermos es una solemne estupidez, porque te acabarás comiendo el marrón. Pero al final debemos saber que este virus empezó con una persona o animal y se multiplicó por el mundo a la velocidad de la luz; de manera que siempre que quede una persona el fenómeno podrá repetirse, y el levantamiento de las medidas nos devolverá al riesgo. Sólo cuando tengamos medicamentos eficientes y vacunas, empezaremos a controlar la situación, al menos entre los países ricos; pero ¿Qué haremos cuando salgamos de ésta y tengamos a millones de infectados en el Sahel o en Siria? Volveremos a la política de puertas abiertas? Seguramente no. ¿Cuándo sólo nos sintamos seguros cerca de casa volveremos a viajar por placer o para tener una reunión? Seguramente eso también cambiará por años.
El Covid -19 se tratará y pasará a ser un cohabitante más de nuestro planeta, pero sus consecuencias definitivamente cambiarán nuestras vidas por una generación, así que mejor prepararse para un entorno de mayor inseguridad, conflictos, desigualdades y depresión económica. Ningún gobierno será capaz de sobrevivir al Cisne negro, son las primeras víctimas, porque hagan lo que hagan siempre serán vistos como causantes del problema, y en España, además, el telegénico Sánchez se ha metido bajo el colchón esperando que escampe, y ya es tarde para él, no recuperará el control, y las consecuencias acabarán en poco tiempo con un gobierno demasiado débil y heterogéneo para aplicar la medicina que la situación va a requerir. Y visto que el gobierno entrará en cuarentena con el positivo de la ministra, me voy a poner en Netflix sucesor designado.