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Emilio Campmany

Una tentación llamada "lista más votada"

El PP se ha arrogado, con cierto fundamento, el papel de líder de la oposición. Pero qué clase de oposición puede ser una que no se opone en la investidura.

El PP se ha arrogado, con cierto fundamento, el papel de líder de la oposición. Pero qué clase de oposición puede ser una que no se opone en la investidura.

Desde el mismo momento en el que se cerraron las urnas, Susana Díaz contó con la abstención de algunas almas cándidas para ser investida sin problemas como presidenta de Andalucía y luego gobernar con los dichosos "acuerdos puntuales", que no son más que pactos concretos. Eso será en Jauja. En la Andalucía de Chaves y Griñán, las cosas no van a ser tan fáciles.

Por supuesto, al PP siempre le ha parecido muy bien lo de la lista más votada, hasta el punto de haber querido convertirlo en ley. Pero eso era porque no tenía con quién pactar, ni a su derecha, que todo lo que hay es extraparlamentario, ni a su izquierda, que quien estaba era el PSOE. Por supuesto, al PSOE no le gustó la idea porque esperaba poder descabalgar al PP de muchos ayuntamientos que hoy gobierna haciendo lo que hizo en Andalucía, pactar con IU. Pero hete aquí que ésta se hunde e irrumpen Podemos y Ciudadanos. Y ahora, cuando los cuatro miserables escaños de Maíllo no bastan para formar una mayoría absoluta, Susana Díaz se hace fan de la lista más votada y que se abstenga quien se tenga que abstener. Por supuesto, sin que el generoso abstencionista reciba otra cosa distinta del reconocimiento de la ciudadanía por haber facilitado la santa gobernabilidad de Andalucía. Esto lo dice quien más se ha beneficiado de pasarse el principio de la lista más votada por donde le ha parecido. ¡Qué cuajo!

El caso es que a nadie le conviene abstenerse gratis. Ciudadanos ya ha puesto un precio sólo para empezar a hablar, la dimisión de Chaves y Griñán, que es como pedir que trasladen piedra a piedra la Giralda a Toledo, una pretensión absolutamente intolerable. Podemos se supone que viene a barrer a la casta, no a apuntalarla en el poder. De abstenerse, muchos de sus futuros electores en las inminentes municipales y autonómicas desertarían. Y el PP se ha arrogado, con cierto fundamento, el papel de líder de la oposición. Pero qué clase de oposición puede ser una que no se opone en la investidura. Teresa Rodríguez podría estar inclinada a ceder, pero ¿en qué? En Podemos quieren el poder, todo el poder, para poner en práctica su programa bolivariano, y Díaz apenas estará dispuesta a dar unas migajas, y siempre que se dejen trajinar, como hacía IU. Y Moreno podría estar dispuesto a hacerlo a cambio de pactar el gobierno de la lista más votada en todos los ayuntamientos andaluces.

A lo mejor Díaz no tiene más remedio que aceptar, pero no sé qué dirán sus compañeros candidatos a los ayuntamientos de las capitales andaluzas que se las prometían muy felices y que se verían nuevamente, por cuatro años más, en la oposición. Lo relevante será que entonces quedará a la vista, sometido a escarnio público, el modo en que la casta se reparte el poder y será patente que la única verdadera oposición son Podemos y Ciudadanos.

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