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Emilio Campmany

Un hombre

El único consuelo que tendrá es haber obrado en conciencia. Lo demás será un infierno.

El único consuelo que tendrá es haber obrado en conciencia. Lo demás será un infierno.
Santiago Cantera, prior del Valle de los Caídos | EFE

Dice el Tribunal Supremo, y el Gobierno lo repite como un papagayo, que la venia del prior del Valle de los Caídos no es necesaria y que todos tienen la obligación de acatar las decisiones judiciales, incluido él. No entienden nada. La oposición del prior no obedece a una interpretación incorrecta de las leyes de los hombres. Ni a la creencia de que su calidad de prior le da la oportunidad de oponerse a lo que digan los tribunales. Su actitud responde a las obligaciones que le imponen las leyes de Dios. Es probable que el prior crea, con cierto fundamento, que también las leyes de los hombres exigen su permiso. Pero, si está equivocado, para él no es lo importante. Lo importante es que es responsabilidad suya, ante Dios y ante la Iglesia, la custodia de un lugar sagrado en el que está enterrado un católico y de donde unos aprovechados pretenden exhumarlo sin el consentimiento de sus deudos. Y esto está contra las leyes de Dios. Al menos, las del Dios católico. Que Carmen Calvo, Pedro Sánchez y el Supremo quieran ignorarlas no es lo fundamental para el prior. Que lo haga el Vaticano con un tibio nihil obstat le dolerá, pero no le exime de su responsabilidad. En consecuencia, este hombre que se viste por los pies no da su autorización.

Naturalmente, no puede hacer nada para impedir que el Gobierno cometa esta tropelía. De la misma manera que no está en su mano evitar cualquier otro desafuero que en el futuro se les ocurra. Y precisamente por eso su gallardía tiene más valor. Porque, desde el punto de vista práctico, es inútil. Sólo servirá para que los perspicaces periodistas de investigación de El País le saquen todo lo que en su biografía encuentren que pueda ser objeto de mofa, escarnio o befa. En su serena desautorización no tiene nada que ganar y mucho que perder.

Y si tan innecesaria es la colaboración del valiente clérigo, ¿por qué les irrita tanto que no la dé? ¿Por qué hace falta recordar una y otra vez su inutilidad? Si la Iglesia no tiene nada que decir, ¿a qué fue Carmen Calvo a Roma? ¿A qué empeñarse en que la Santa Sede extienda una orden al prior? El Gobierno cometerá la profanación con todas las bendiciones de un Poder Judicial dependiente y la indiferencia del Vaticano, pero eso no dejará de ser una profanación y, tal y como corresponde al hombre que tiene la responsabilidad del templo donde se pretende perpetrar, no se hará con su consentimiento, beneplácito o indulgencia. Y se negará arrostrando las consecuencias de su oposición, que ya sabe él que no serán pocas ni agradables. El único consuelo que tendrá es haber obrado en conciencia. Lo demás será un infierno. Y luego vendrá Sánchez a ufanarse de haber sido quien tuvo el coraje de desenterrar a Franco. No será más que uno de los muchos cobardes que salen en esta función. Valiente de verdad sólo hay uno.

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