Echar la culpa a otro de los errores propios es muy humano. Los políticos lo hacen constantemente. Mucho más cuando el país que gobiernan sufre una gran calamidad. Por lo tanto, no puede extrañar que Sánchez culpe de su pésima gestión a los inexistentes recortes del PP o a la gestión de Ayuso en la Comunidad de Madrid. Sin embargo, podría culpar a otros con más probable responsabilidad y no lo hace. Podría cargar las tintas contra esos expertos que tan mal le aconsejaron. O echar bilis contra el Gobierno chino por el tiempo que tardó en avisar y por lo mucho que ocultó y aún oculta hoy. Trump, Johnson y Macron, casi tan torpes como Sánchez en su tardía reacción a la pandemia, lo han hecho. Hasta Borrell ha mostrado un punto de indignación. Los italianos no han dicho nada porque han sido regados con la beneficencia geopolítica de Pekín y sobre todo porque Salvini, con la anuencia del Movimiento Cinco Estrellas y del hoy tan valorado Giuseppe Conte, integraron a Italia en la Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative) a cambio de un plato de lentejas. ¿Pero nosotros? ¿Por qué nos callamos nosotros?
No sólo es Sánchez el que, pudiendo culpar del desastre a los chinos, no dice ni pío. La oposición tampoco ha dicho nada, aunque en su caso es lógico que concentre sus ataques sobre el desastroso modo en que el Gobierno está haciendo frente a esta desgracia. Tampoco los grandes medios de comunicación españoles se hacen eco de las oscuras sombras que empañan el comportamiento del Gobierno de Xi Jinping.
Pero, aparte la monstruosa responsabilidad del totalitario régimen comunista en el alcance de la pandemia, está además la pésima calidad del material médico que China nos ha enviado. Es cierto que nuestro Gobierno ha recurrido a dudosos intermediarios y que los fallos se deben sobre todo a su incompetencia. Ahora, el Gobierno y sus medios afines, que tan bien saben hacer responsables a otros de sus propias equivocaciones, podrían decir algo de los controles de calidad del gigante asiático o quejarse de cómo se homologan allí los productos sanitarios o protestar por lo mal que nos trata Pekín. Podrían también preguntarse si eso no tendrá algo que ver con la desarticulación en España de algunas organizaciones mafiosas chinas.
Sin embargo, para el Gobierno, que la República Popular nos mande mascarillas que de nada protegen y tests que nada concluyen son cosas que pasan y que hay que asumir como normales. No se entiende que Sánchez prefiera ser tildado de incauto y tachado de incompetente antes que acusar a los chinos de haberle engañado o de no haber sabido cumplir con sus obligaciones. En esto hay gato encerrado. Y no es el gato de Deng Xiaoping, ése que daba igual que fuera blanco o negro con tal de que cazara ratones. Éste, de haberlo, es del color de los billetes de banco. Y, desde luego, no caza ratones. Al contrario, les indica el camino de la despensa.