Aunque por poco, en el referéndum griego sobre el euro que han sido estas elecciones ha ganado el sí. Es cierto que a Nueva Democracia no le bastarán sus votos para hacer las reformas y ajustes que Grecia ha de acometer una vez decidido que quiere seguir perteneciendo al club, pero la voluntad de los griegos se ha expresado en un sentido claro y el centro-derecha debería estar en condiciones de encontrar los aliados necesarios para formar una mayoría sólida que haga lo que hay que hacer.
Sin embargo, la pelota ya no está sólo en el tejado griego. Desde todos los puntos de la eurozona se ha presionado sobre el electorado griego a fin de que votara por el euro. Parecía como si una victoria de Syriza, de haberse producido, hubiera arrastrado a todos los griegos al barranco del Taigeto. Y detrás de ellos, a todos los demás, empezando por los españoles e italianos y acabando por los alemanes. Hasta Obama se jugaba su futuro en las urnas griegas porque el desmoronamiento del euro impediría la recuperación de su país antes de las presidenciales norteamericanas que tendrán lugar en noviembre.
De forma que los griegos han cumplido con lo que se les exigía. Ahora es necesario ver el modo de reactivar su economía cuanto antes, más allá de los recortes que ellos tengan que asumir. Es la hora en la que Alemania tiene que decidir. No vale ya este tirar por la calle de en medio en el que lleva desde que empezó la crisis. Privados de herramientas de política monetaria, los países periféricos, desde luego Grecia, pero también España e Italia, son incapaces de salir del hoyo. Es cierto que en Italia y en España se ha hecho muy poco y que se puede (y se debería) hacer mucho más. Pero ya es tarde y la desconfianza es tal que da la impresión de que nada de lo que hagan los griegos, italianos y españoles por sí mismos será suficiente para colocarse en la senda del crecimiento y en disposición de pagar las deudas. Así que Alemania no tiene otro remedio que coger todo ese dinero que le prestan al uno y medio por ciento y dedicarlo a reactivar la economía de los países periféricos si quiere que le sigamos comprando sus exportaciones, que es de lo que vive. Debe hacerlo especialmente en Grecia, pero también en el resto. Es lo que hizo Estados Unidos en 1947 y fueron los primeros en beneficiarse de ello.
Los griegos han dicho sí al euro, sí a Alemania, sí a Merkel, sí a la sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. Lo que se haga ahora con ellos no puede ser solamente darle un par de vueltas más al dogal que han aceptado llevar al cuello y que, con toda seguridad, merecen. Hay que darles algo más. Y la única que puede dárselo es Alemania y demostrarles así que no se equivocaron votando sí al euro.