Hay que ver lo mal que le sientan las campañas electorales a Albert Rivera. Conforme las vive, sus mensajes se vuelven más ambiguos y vacíos. No puso en ellas, especialmente en la última, ningún acento en su programa regenerador. Permitió que lo único que importara fuera saber qué haría ante la tesitura de votar a Rajoy en la investidura. Y a la insistente pregunta, en vez de contestar unas veces que no lo apoyaría y otras que ya veremos, pudo muy bien haber dicho que apoyaría a todo aquel que asumiera la parte irrenunciable de su programa, se llamara Rajoy o Perico de los Palotes. ¿Y cuál era esa parte? Pues está bien claro, la separación de poderes, la independización de la Justicia, sin la que no puede tener éxito ninguna medida regeneradora. ¿Que quería añadir la reforma electoral? Que la añadiera. Lo que no debía haber hecho es dibujar un mohín de disgusto cada vez que le mentaban al presidente de Gobierno y negarle su respaldo en todo caso.
Y ahora que ya no estamos en campaña es igual. Supongamos que Rajoy suscribe ce por be el entero programa de Ciudadanos y reniega del propio con tal de ser presidente. Y ¿qué le cabría entonces a Rivera? ¿Decir que ni así está dispuesto a votarle? La clave de todo pacto ha de ser el programa. Y los vetos a las personas sólo pueden basarse en razones objetivas, como ésa de estar imputado, que ahora se llama estar investigado.
Ya sabemos que los partidos en España carecen de democracia interna, muy en especial el PP. Pero el caso es que el PP se ha presentado con Mariano Rajoy y ha obtenido el resultado que todos sabemos. Es el único que ha mejorado los de diciembre. Además, hoy por hoy, el presidente no tiene ninguna causa abierta. En caso de suscribir la parte del programa de Ciudadanos que Rivera crea necesario y acepte garantizar el cumplimiento de sus promesas del modo que se negocie, ¿qué razón habría para mantener el veto?
Si hay unas terceras elecciones, Rajoy tendrá de ello la responsabilidad que sea, pero la opinión pública culpará a Ciudadanos con razón por no haber siquiera intentado que Rajoy acepte las condiciones que quiera imponerle en base al programa con el que se presentó a las elecciones. Encima, desde un punto de vista práctico, el miedo que con seguridad seguirá inspirando Podemos, porque el PP se preocupará de que lo siga haciendo, hará que nuevos exvotantes del PP, que acudieron a la llamada regeneracionista de Rivera, retornen al PP como ya han hecho algunos. Mucho más una vez que se den cuenta de que votar a Ciudadanos no sirve para nada porque no impone su programa regeneracionista ni siquiera cuando tiene la ocasión de hacerlo por pura inquina personal. El dogmatismo y la intransigencia es en política el camino más seguro hacia la irrelevancia. Rivera debería saberlo, habiendo visto lo que le pasó a Rosa Díez.