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Emilio Campmany

Retorno a Marx y Engels

El enorme éxito cosechado por el PSOE en estas elecciones enfrenta a Pedro Sánchez a un dilema de difícil solución.

Pedro Sánchez está muy contento porque su PSOE ha alcanzado al PP. Sería sin duda un motivo de satisfacción si no fuera porque lo ocurrido es lo contrario, que el PP ha alcanzado al PSOE. En las pasadas municipales, los socialistas se despeñaron desde el 35 hasta poco menos del 28 por ciento de los votos. En éstas de 2015, han seguido cavando hasta el 25. Lo que ha hecho el PP, que logró más del 37 por ciento en 2011, es bajar hasta casi igualarse con el PSOE. Ellos sabrán si eso merece celebrarse. De todas formas, entre los políticos españoles, vender un fracaso como un triunfo se ha convertido en un pecado venial tan frecuente que lo que te despierta cuando dormitas frente al telediario es que alguno admita una derrota, no que la presente como una victoria.

El caso es que el enorme éxito cosechado por el PSOE en estas elecciones le enfrenta a un dilema de difícil solución. Se da por hecho que pactará con Podemos y volverá a gobernar en muchos lugares. Eso estaría muy bien si Podemos fuera como la difunta, aunque todavía no enterrada, Izquierda Unida. A ésta, ido Julio Anguita, le encantaba, salvo la excepción extremeña, redondear las mayorías del PSOE justificándose con que había que impedir a toda costa que gobernara la deresha. Pero Podemos no es Izquierda Unida. Para empezar, exige cosas muy raras, del estilo de que dimita Chaves. Luego, sus líderes saben que su triunfo se basa en un discurso anticasta y que muchos de sus electores no entenderán que sus votos sirvan para apuntalar a un maloliente PSOE. No obstante, puede razonablemente esperarse que estos dos inconvenientes desaparezcan el día en que los indignados pisen moqueta. El problema es que hay una tercera circunstancia cuya letalidad es inequívoca, y es la de que en determinados lugares, algunos muy importantes como Madrid, no será el PSOE quien gobierne con el apoyo de Podemos, sino Podemos con el apoyo del PSOE. Y ese convertirse en la Izquierda Unida de Podemos debería hacer muy poca gracia en Ferraz.

Felipe González tuvo claro desde el principio que con Marx y Engels no se lograban mayorías y no buscó nunca la protección de las hoces y los martillos. Este PSOE de Pedro Sánchez parece que no le hace tantos remilgos a aupar a los comunistas al poder. Pero, me pregunto, ¿qué pensarán los electores que le quedan? Porque da la impresión de que son esos socialistas moderados a los que asusta el bolivarianismo tanto como a la derecha pero que no quieren votar al PP bajo ninguna circunstancia. Si no existiera Ciudadanos, el PSOE podría confiarse, pero existiendo ese refugio cabe la posibilidad de que los pocos electores que le quedan huyan hasta allí asqueados de tanto populismo y tanta apolillada palabrería marxista. Claro que si Pedro Sánchez se ha puesto tan contento por dejarse tres puntos después de haber perdido siete, a lo mejor se pone como loco cuando pierda cuatro más.

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