La guerra fría que vivía el PSOE ha pasado a ser caliente. Sendos desastres en País Vasco y Galicia hicieron que los barones la iniciaran con fuego de fusilería a discreción. Sánchez respondió solicitando a su aliado, Pablo Iglesias, que le diera fuego de cobertura contra los barones del PSOE que dependen de Podemos para seguir gobernando sus respectivas regiones. Los rebeldes se enfurecieron al comprobar que Pedro Sánchez, con tal de seguir siendo secretario general del PSOE, está dispuesto a recurrir a unos aliados cuyo objetivo es convertir el partido en una escombrera. Por eso los barones decidieron un asalto final. Viendo lo que venía, Sánchez aplicó la doctrina Bush de la guerra preventiva y recurrió a su última arma, el maletín nuclear, la militancia. No deberían sus enemigos subestimarle.
Porque Sánchez sabe que la militancia del PSOE es mucho más extremista que su electorado. Sabe que en general desaprueban cualquier abstención, técnica, casual o consciente. No sólo la que mantuviera a Rajoy en la Moncloa, sino cualquier otra que diera el Gobierno a nadie que no fuera de izquierdas. Sabe que su mayoría apoya con entusiasmo cualquier alianza, acercamiento, matrimonio o unión con Podemos, hasta el punto de envidiar el rancio hedor revolucionario que despide la formación morada. Sabe que casi toda ella cree que el asesinato político que los barones pretenden llevar a cabo en las escalinatas de Ferraz traerá la derechización del PSOE, convirtiéndolo en un apéndice del PP, a fuer de alejarlo ideológicamente de Podemos. Y como sabe todo eso, está dispuesto a intentar resistir apelando a ella. Sin embargo, esa militancia, en su mayor parte, no entiende que sus extremistas ideas, al ser asumidas, como hasta cierto punto lo han estado siendo en estas últimas elecciones, lo que hacen es alejar al PSOE de su base electoral tradicional. Y es lógico que sea así, porque aquellos electores que comparten con los militantes del PSOE esas ideas tan izquierdistas lo que hacen es votar a Podemos.
Por lo tanto, por muy acorralado que vean los barones a Sánchez, no deberían confiarse. El Bruto que sea el encargado de asestar la primera puñalada deberá hacerlo con decisión y sin vacilar, porque éste ha pisado las moquetas y para devolverlo al terrazo no van a bastar un par de empujoncitos, sino que habrá que recurrir a todo. Y con todo, ya veremos. Ya se lo ha dicho Miquel Iceta, ¡resiste, Pedro! Y Pedro va a resistir. A fin de cuentas, ¿qué tiene que perder? Encima, Susana Díaz, la destinada a ser el Marco Antonio de toda esta historia, ya ha dado sobradas pruebas de ser persona medrosa que se arruga ante el primer inconveniente y se acurruca en la trinchera cuando se oyen los primeros tiros, temerosa de perder en el envite lo que ya tiene, la presidencia de la Junta, a cambio de nada. Y además se ve obligada a ir a todas partes con esa pesada mochila que cargaron de piedras Chaves y Griñán.
Para mí que éste aguanta y vamos a unas terceras elecciones.