Corre la especie, difundida por las terminales nacionalistas y comprada en muchos medios que no lo son, de que el independentismo se ha descontrolado. Lo prueban los abucheos a Rufián y la extrema violencia empleada por los CDR. Nada más lejos de la realidad. Otra cosa es que Junqueras y Puigdemont estén al borde del divorcio a consecuencia de su diferente grado de impaciencia. Junqueras es partidario de esperar a que la sociedad catalana sea más independentista de lo que lo es hoy. Puigdemont, en cambio, quiere la independencia ya, como sea, y tacha de cobardes las tácticas de ERC, de lejos más inteligentes. El caso es que, apremiado por la urgencia de Puigdemont, Torra recurrió a tanta violencia como el movimiento pudiera permitirse. Su fin era obligar al presidente del Gobierno a sentarse a negociar enseguida. De ahí la llamada telefónica a Moncloa. Contaba el testaferro de Puigdemont con que Sánchez, cuyo electorado siempre se ha mostrado favorable a resolver la cuestión catalana con el diálogo, se avendría a negociar. No se dio cuenta de que una cosa es que, por conservar a sus votantes de Cataluña y por imposición de Iceta, Sánchez no se atreva a reprimir la violencia independentista como merece y otra muy diferente someterse al chantaje de Puigdemont y arriesgarse a ahuyentar más de lo que ya lo hace a los votantes socialistas del resto de España.
Puigdemont y Torra creyeron que el momento adecuado para apretarle las tuercas a Sánchez a costa de los vecinos de Barcelona era el inmediatamente anterior a unas elecciones generales. Ha resultado ser precisamente todo lo contrario. Si Sánchez quiere conservar la fuerza parlamentaria que hoy tiene, no puede arrodillarse ante Torra. Cuando pasen las elecciones, estará mucho más dispuesto a hacerlo, siempre que se lo ordene Iceta. Sin embargo, Puigdemont tiene prisa porque podría ocurrir que, tras cerrar las urnas, Junqueras e Iceta acuerden liquidar a Puigdemont. Pasado el trance electoral, ERC podría sentirse lo suficientemente fuerte como para arrostrar el desgaste de traicionar al vecino de Waterloo.
Sea como fuere, lo probable es que Sánchez se muestre más dispuesto al diálogo tras el 10 de noviembre. Si Iceta y Junqueras se cargan a Puigdemont, la negociación la protagonizarán ERC y PSC y lo que acuerden tendrá las bendiciones de Sánchez. En otro caso, si Puigdemont sigue vivo porque Junqueras no se atreve a asestarle la puñalada mortal que tiene desde hace tiempo preparada, Sánchez retomará con Torra la negociación que quedó interrumpida cuando se convocaron las elecciones de abril. Todo, naturalmente, bajo la sabia dirección de Iceta y quizá tras otro par de centenares de contenedores quemados. Pero eso será siempre que los socialistas ganen las elecciones generales, que es cosa que sigue siendo muy probable, pero ya no tan segura. De modo que, paradójicamente, lo que que podría dar al traste con todos los planes del independentismo, los más enérgicos de Puigdemont y los más calculados de Junqueras, sería una derrota del PSOE, a la que los separatistas habrían contribuido decisivamente con su violencia. Quins collons.