Tienen mucha gracia los argumentos de Arriola para explicar por qué hay que enterrar la nueva ley del aborto. Al parecer, los votantes católicos dispuestos a hacer de este tema cuestión de gabinete son muy pocos. Y como son muy pocos, pueden ser traicionados impunemente. Yo no sé cuántos votantes católicos que todavía seguían dispuestos a seguir votando a Rajoy están ahora decididos a no hacerlo. Quizá sean efectivamente muy pocos y su número sea por tanto despreciable. La cuestión es que Rajoy lleva toda la legislatura traicionando a su electorado y nunca le ha importado si eran pocos o muchos los que, con cada traición, se decidirían a dejar de votarle. Sus votantes podrán encontrarse por la calle y preguntarse unos a otros: "Oye, tú, ¿a ti también te ha traicionado Rajoy?". Y se contestarían: "Por supuesto, y no habría consentido otra cosa. No toleraré que me hagan de menos".
Convenientemente desengañados los que creían que los problemas económicos se solucionaban recortando el gasto y no subiendo impuestos; oportunamente abandonados los que creen que una organización terrorista no debe tener acceso a cargos públicos elegidos ni recibir ninguna compensación por dejar de cometer atentados; adecuadamente pisoteados quienes piensan que no es admisible la política de tolerar y financiar un Gobierno autonómico en abierta rebeldía; metódicamente despreciados quienes creen que una democracia sólo es posible donde haya una real división de poderes y la Justicia sea independiente; arteramente ultrajados quienes creen que España ha de tener como aliados al resto de naciones de Occidente y no gansear con alianzas de civilizaciones; despiadadamente vejados ahora quienes creen, con muy buenas razones, que abortar implica acabar con una vida humana, ¿quién queda por traicionar? Nadie. ¿Qué parte del programa queda por incumplir? Ninguna, ni las notas a pie de página.
Aquellos votantes que en las europeas, por no poner los cuernos al PP con otras siglas, decidieron darle a Rajoy una colleja absteniéndose se han lucido de lo lindo. ¿Se quejaban de traiciones? Pues ahí van dos tazas. Lo único admirable de este comportamiento del líder del PP es su carácter brutalmente democrático. No lo hubiera sido que sólo unos cuantos fuéramos traicionados. Una traición sólo puede llamarse verdaderamente democrática si encuentra el modo de ciscarse en todos por igual, ya sean conservadores o liberales, agnósticos o católicos. No obstante, creo que no lo es del todo porque, entre sus votantes, aún queda un grupo que podría quejarse de no haber sido suficientemente engañado, suficientemente ofendido, los socialistas. Por pocos que haya entre los votantes del PP, alguno habrá y tienen derecho a una traición como cualquier otro elector. A mí ahora no se me ocurre el modo de hacerlo. Seguramente porque no lo hay y porque, para eso, habría que hacer política antisocialista y correr el riesgo de que se cumpliera el programa del PP, y eso sí que no. ¡Hasta ahí podíamos llegar!