Qué soberbia atracción despierta el pacto. Es donde confluyen todas las virtudes políticas. No puede ser bueno el político incapaz de alcanzarlo. Como tampoco puede ambicionarlo quien no sea diestro en el manejo de su herramienta esencial, el diálogo. La Transición se coronó con el halo de la santidad gracias a los pactos, los de La Moncloa y el que parió la Constitución de 1978. Ahora que nos encontramos en una nueva encrucijada, vuelve a verse el pacto como la llave maestra que abrirá todas las puertas. Cataluña encajará finalmente en España gracias al pacto. La Monarquía sobrevivirá por vía de un pacto. La ETA desaparecerá debido al pacto. El sistema político se regenerará por medio de un gran pacto. Todos nuestros problemas se verán resueltos cuando nuestros políticos demuestren ser capaces de alcanzar algún pacto.
La posibilidad de un pacto siempre está presente en nuestra escena política. La oposición se pasa la vida exigiendo un pacto sobre lo que sea para así obligar al Gobierno a cambiar su política, supuestamente basada en el programa con el que ganó las elecciones, y amoldarla a aquél con el que la oposición las perdió. Sin embargo, ocurre hoy que la crisis es tan grave que alguna clase de reforma del sistema se barrunta como imprescindible. Pero si es verdad que un Gobierno salido de las urnas lo que tiene que hacer es gobernar en vez de pactar nada, también lo es que un Gobierno apoyado en una mayoría circunstancial no puede por sí solo cambiar todo el sistema. Por eso el Gobierno no puede reformar en solitario la ley electoral, la Constitución o el régimen autonómico. Y como la reforma se siente cada vez más necesaria y apremiante, también son cada vez más quienes propugnan que PSOE y PP la pacten.
No creo en ese pacto. El PSOE quiere sacar adelante su visión federal con la única idea de dar satisfacción a los independentistas catalanes haciendo oídos sordos a la evidencia de que éstos no quieren que Cataluña sea un estado federado, mucho menos si tiene las mismas competencias que otros. Y ninguno de los dos, ni el PP ni el PSOE, va a impulsar una reforma electoral que les prive del inmenso poder que tienen hoy de imponernos a quiénes hemos que elegir. Pero, sobre todo, no creo en él porque el PP y el PSOE han dejado de representar a la gran mayoría de los españoles. Muchos de quienes les siguen votando lo hacen sin entusiasmo, exclusivamente por consideraciones de utilidad. Pero incluso aceptando que quienes les votan lo hacen de buena gana, la verdad es que han perdido muchísimo respaldo. Ahora mismo, apenas suman, siendo generosos, el sesenta por ciento del electorado. Es demasiado poco para una reestructuración de todo el sistema.
¿Entonces? No sé a medio plazo, pero de momento el Gobierno podría ocuparse de que se cumplan las leyes que tenemos, incluida la Constitución. A lo mejor resulta que debidamente respetadas no son tan malas.