Pocas horas después de que el ejército ruso se hiciera con el control de Crimea y Putin ordenara fregar el suelo del Kremlin con la Carta de las Naciones Unidas, Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores ruso, emprendió un largo periplo por Occidente para negociar cómo nos íbamos a tragar tan grosera violación del Derecho Internacional. La primera capital visitada podría haber sido Londres, que para eso es el mejor aliado de Washington. O mejor París, que parece inclinada a ser compresiva con los rusos, como demuestra el que acaba de entregarles el portahelicópteros que encargaron no obstante lo ocurrido en Ucrania. Pensándolo bien, lo lógico es empezar en Bruselas y tratar de convencer a la Unión Europea. Tonterías. Margaret Ashton hará lo que los Estados miembros digan que haga, muy especialmente si lo manda Alemania; así que lo mejor sería empezar por Berlín, la capital europea que más depende del gas ruso.
Pues nada de eso, la primera que visitó el jefe de la diplomacia del Kremlin fue la nuestra, Madrid. ¿Por qué? Ni idea. Nosotros no pintamos nada en la crisis de Ucrania. Podríamos hacer algo en Venezuela, pero allí nos estamos limitando a vender material antidisturbios a Maduro para que pueda arrear bien a los opositores. Pero en lo de Crimea nada de lo que hagamos o digamos parece que pueda influir en el resultado. Más extraño todavía es que un ministro de Asuntos Exteriores extranjero en visita urgente en Madrid, además de encontrarse con su homólogo, haya sido recibido por el rey, que en principio sólo tiene obligación de hacerlo cuando se trata de jefes de Estado. ¿Y Rajoy? Otra cosa rara. Al parecer, nuestro presidente del Gobierno se ha entrevistado en privado con Lavrov. ¿Por qué en privado? ¿Porque Rajoy no quiere una foto con Lavrov? ¿O es Lavrov el que no quiere una foto con Rajoy? Ni flores. Luego sale García-Margallo. El ministro acababa de llegar de Bruselas hecho una pantera diciendo que lo de Rusia en Ucrania era intolerable y que había que conminar a los rusos a que respetaran la legalidad internacional. Pero ya en Madrid, y tras escuchar los argumentos que le quisiera exponer Lavrov, se transforma y en rueda de prensa conjunta baja el diapasón y dice que es la hora del diálogo y de la diplomacia. ¿Diálogo y diplomacia para responder a una ocupación militar? Vaya cambio en tan sólo veinticuatro horas. Pero ¿por qué?
Mientras me hacía estas preguntas de conspiranoico empedernido que quizá no tengan otra respuesta que "porque sí", me acordé de aquello que publicó El Mundo cuando supimos que Corinna, además de dedicarse a cuidar a nuestro soberano, ejercía de intermediaria en contratos internacionales y estuvo al parecer metida en la intentona de Lukoil, la compañía estatal de petróleos rusa, de quedarse con Repsol. Aquella operación por lo visto estuvo respaldada por Juan Carlos, que recordó a unos empresarios: "Como sabéis, yo soy de Putin". Pues si él es de Putin, me parece que nosotros, sin saberlo, también.