
Pedro J. Ramírez tuvo un sueño. Vio a Rajoy admitiendo las muchas faltas de su partido. Y a Rubalcaba y a los representantes de CiU reconociéndose también culpables. Y a todos aprobando las reformas que impidan casos como los de Bárcenas, ERE o Palau. Y halla un antecedente a su sueño en lo ocurrido el 4 de agosto de 1789 en la Asamblea Constituyente francesa, cuando nobles y clérigos votaron suprimir sus ancestrales privilegios.
Ya sabemos que durante la revolución francesa pasó casi cualquier cosa que en forma de tormenta política pueda ceñirse sobre una nación. Sin embargo, lo que espera Pedro J. de la sesión del próximo día 1 no tiene nada que ver con lo que ocurrió en Versalles el 4 de agosto. Aquel día se liquidaron unos privilegios, sí, pero legales. El que se hiciera con el respaldo de una parte de sus beneficiarios no cambia las cosas pues, con lo que sueña el director de El Mundo, es con que nuestra clase política reconozca su generalizado comportamiento corrupto, muchas veces delictivo y en cualquier caso ilegal. Eso no es renunciar a privilegios. Eso es declararse delincuentes confesos.
Necesitamos, desde luego, un 4 de agosto. Un día en que se supriman las subvenciones de todo tipo, incluidas las que perciben los astilleros, empresas mineras, vendedores de coches a través de sucesivos planes Pive o las que se dan a las energías renovables. Eso sí son privilegios legales que deberían desaparecer. Los sobresueldos en negro, las comisiones a cambio de contratos con las Administraciones públicas, el saqueo de los fondos destinados a paliar los efectos de los ERE no son privilegios amparados por las leyes. Son conductas ilegales. Puede que sea conveniente alguna nueva ley para ayudar a perseguirlas, pero las que tenemos ya las prohíben y sancionan. Lo que ocurre es que no se aplican. Y no hay razón para esperar que ninguna nueva vaya a ser impuesta con más celo del que se emplea con las vigentes.
Lo que sí es cierto es que las revelaciones de Bárcenas, junto al escándalo de los ERE, están poniendo en jaque al sistema. Un sistema que incluye no sólo a los políticos, sino también a tantos empresarios que han aprendido a hacer negocios con ellos y no sabrían cómo hacerlos en condiciones de igualdad. Y por haber Pedro J. dado credibilidad a esas revelaciones, está sufriendo unos ataques brutales, incluso de personas que no se benefician del sistema, pero temen las consecuencias de su explosión, agravadas por la crisis económica. No le acusan de mentiroso, sino de irresponsable. Él defiende sus buenas intenciones afirmando que sueña con un 4 de agosto. Ojalá un día así fuera suficiente. Pero no lo es. Hace falta otra fecha. Muchos temen que pueda ser un 21 de enero o un 18 brumario y creen que no compensa el riesgo y que es preferible que los políticos sigan disfrutando de sus "privilegios". Y en esa disyuntiva estamos.