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Emilio Campmany

Nepotismo

Si hay nepotismo en la política, es cierto que alguna culpa tenemos nosotros. Pero no por practicarlo en nuestra vida privada con nuestro dinero.

Si hay nepotismo en la política, es cierto que alguna culpa tenemos nosotros. Pero no por practicarlo en nuestra vida privada con nuestro dinero.

Publica este jueves El País una interesantísima entrevista al fiscal general del Estado. Torres-Dulce es un fiscal muy competente que dice cosas muy sensatas. Pero hay una con la que no estoy de acuerdo.

Dice Torres-Dulce:

Es sintomático que comportamientos claramente nocivos para el bien común –pienso en el nepotismo o la defraudación fiscal– sean muy vituperados en nuestro país cuando se detectan en las escalas más altas del poder político o económico, pero tiendan a ser vistos con cierta complacencia cuando suceden en un ámbito más próximo.

Obviamente, la idea es que en esto somos mucho menos exigentes con nosotros mismos de lo que lo somos con los políticos. No sé con la defraudación fiscal, pero con el nepotismo, no tiene razón. Sí es verdad que los españoles criticamos mucho más el que practican los políticos que el que ocurre entre particulares. De hecho, nos parece la cosa más natural del mundo que el dueño de una carnicería coloque a despachar a su sobrino, aunque sea un zote, y nos escandaliza algo más, aunque tampoco mucho, que tal ministro ponga de director general a su primo. Pero es que son cosas muy diferentes. El carnicero se juega su dinero eligiendo a un dependiente no en función de sus capacidades sino por su parentesco, mientras que el político lo que hace es malversar nuestro dinero, no el suyo.

Y encima los frecuentes casos de nepotismo que se dan, especialmente en el PP, no son vituperados todo lo que se merecen. Se habla poco de los muchos consejos de administración que acumula el marido de Cospedal y casi nada del puesto que le buscaron al marido de Soraya al frente de la asesoría jurídica de Telefónica. Los enchufes de los que disfrutó Urdangarin sólo llamaron la atención cuando se supo que no se conformó con ellos. No obstante, como en estos casos las afectadas son empresas casi privadas, podríamos fingir que son parecidos a los del carnicero de mi ejemplo. Fijémonos en el nepotismo que se da exclusivamente con cargos públicos. Está el caso de los hermanos Nadal o de los De Guindos. O el de la alcaldesa de Madrid, que es bien conocido. Y uno que afecta directamente al presidente del Gobierno, que ha enchufado a su cuñado en la lista del PP al Parlamento Europeo. Esto es nepotismo del fetén y debería ser más vituperado de lo que lo es. Y no es comparable ni de lejos con lo que cada cual haga en su industria, su explotación, su agencia, su taller, su tienda, su oficina o su despacho que, no siendo muy edificante, al menos estará hecho con el dinero de uno y no con el de todos.

Si hay nepotismo en la política, es cierto que alguna culpa tenemos nosotros. Pero no por practicarlo en nuestra vida privada, que es algo a lo que tenemos derecho mientras lo hagamos con nuestro dinero, sino por consentírselo a los políticos.

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