Hay elecciones europeas y nada se habla de Europa si no es para denunciar la ofensiva de la extrema derecha en todo el continente. Y ése no es el problema. El problema es Alemania. Su economía, aparentemente fuerte, es extraordinariamente vulnerable. Está basada en unas exportaciones incapaces de competir en precio, sólo lo hacen en calidad. Tiene un Estado del bienestar carísimo financiado por esas exportaciones. Encima, ha renunciado a la energía nuclear, lo que hace que su industria sea esclava de los suministros energéticos rusos. Una economía así necesita un gran mercado libre de aranceles así como controlar la política monetaria, comercial y arancelaria de ese mercado. Y eso es lo que hace, especialmente en perjuicio de los países del Sur.
Desde su mismo nacimiento, Alemania dependió de sus exportaciones. En consecuencia, a partir de 1890, sus élites exigieron controlar comercialmente un área alrededor suyo. A esa política de dominio económico de los vecinos se le llamó Mitteleuropa. Hitler rebautizó la pretensión para transformarla de una conveniencia en una necesidad y la bautizó Lebensraum, espacio vital. Las dos guerras mundiales se combatieron en buena medida para lograr el objetivo. Derrotada Alemania en ambas, es ahora cuando, reunificada, ha logrado su propósito sin disparar un mortero. La UE es su Mitteleuropa, la que soñaron los alemanes del siglo pasado.
Pero, para que lo siga siendo y Alemania conserve su riqueza, la política económica de la Unión Europea tiene que ser la que convenga a Alemania. El que esa política haya convenido también a otros países no debe ocultar que no es una política común, sino que es la de Alemania. Es notable que Francia, que la respaldó hasta ayer más por razones de prestigio que por conveniencia, ha dejado de hacerlo desde que ha empezado a perjudicarle gravemente. Y la política económica de la UE sigue siendo la misma.
El caso de Italia también es digno de mención. El euroescepticismo italiano no es un capricho de Salvini. Proviene del ahogamiento al que una moneda fuerte somete a las exportaciones italianas, dirigidas más a competir en precio que en calidad. E Italia depende de sus exportaciones casi tanto como Alemania. No en vano es el segundo país exportador de Europa, por delante de Reino Unido y Francia.
En estas condiciones, no puede extrañar que los candidatos a presidir la Comisión sean un alemán y un holandés. Los holandeses siempre están dispuestos a ser los palafreneros de Alemania porque, hasta ahora al menos, la política impuesta por Alemania también les ha convenido a ellos. Por otro lado, no se discute que el próximo presidente del Banco Central Europeo será alemán.
Esto no tiene nada que ver con las denuncias que hacía la izquierda de las políticas de austeridad. La austeridad o el gasto público pueden ser buenos o malos dependiendo de las circunstancias. Lo que ocurre es que se nos impone una u otra política según convenga a Alemania, prescindiendo por completo de lo que interese al resto de los europeos. Lo peor es que los alemanes, con una economía tan vulnerable, están obligados a imponerse. Y tienen la fuerza para hacerlo. Y nosotros, en España, papando moscas.