Suele decirse que dedicarse a la política exige tragarse un sapo cada mañana. Quienes prefieren dimitir a la primera ocasión en que se ven obligados a participar en una decisión que no les gusta no suelen llegar muy lejos. Los que ascienden lo hacen a menudo a base de eso, de tragar sapos. Además, en la política española se premian los desayunos de batracios con cargos de relumbrón el día en que el político abandona la primera línea.
En el actual Gobierno, que decidirá en Consejo de Ministros indultar a los golpistas catalanes, hay tres jueces. Nadie duda de que ni Juan Carlos Campo ni Fernando Grande-Marlaska, después de tantos sapos digeridos, tendrán inconveniente en engullir otro más del tamaño que tiene éste. Y, en consecuencia, serán debidamente premiados cuando, quiera Dios que muy pronto, dejen de ser ministros. Pero ¿y Margarita Robles? Esta magistrada firmó en 2012 un manifiesto con ciento y muchos compañeros en contra de un indulto a favor de unos policías autonómicos catalanes condenados por torturas. Si aquello fue, según la juez, una afrenta al Poder Judicial, estos que se propone Sánchez son además una ofensa a la nación. No cabe la menor duda de que la noble jurista que sin duda es la ministra de Defensa, número uno de su promoción, estará valorando cuánta indignidad para su persona, su trayectoria y su profesión acarreará formar parte del Consejo de Ministros que apruebe el ignominioso decreto de indulto. La única forma que tiene de evitarlo es dimitiendo antes, incluso en el mismo Consejo de Ministros en el que vaya a aprobarse.
Sabe la ministra que, si lo hace, perderá toda oportunidad de llegar a alto cargo judicial alguno que no dependa exclusivamente de su antigüedad en la carrera. Y que verá truncadas sus legítimas aspiraciones de alcanzar la cúpula del Poder Judicial. Podría ausentarse del Consejo con cualquier pretexto, pero eso añadiría a la ignominia la cobardía y de todas formas no evitaría el castigo. También puede disculparse a sí misma diciéndose que la decisión es sólo de Sánchez. Pero no es así. Es el Consejo de Ministros el que aprueba el decreto de indulto. Y si lo hace siendo ella ministra de Defensa (¡de Defensa!), será inevitablemente corresponsable de la decisión. Todos piensan que lo normal es que no rechiste, trague y se siente a esperar el día en que sea presidenta del Tribunal Constitucional. ¿Seguro?
Margarita Robles no es cualquier cosa en este asunto de los indultos. Es juez. Y como tal se ha manifestado en contra de entender la institución como una decisión arbitraria del Gobierno en la que basta cumplir con los requisitos formales. El oprobio que el indulto a los golpistas implica es tan grosero que no hay forma de mirar hacia otro lado. De modo que, de participar en la infamia, su dignidad quedaría indeleblemente manchada. Ha de elegir entre el deshonor, y mantener incólumes sus aspiraciones, y la decencia, sacrificando así su futuro. De casi todos los que se dedican a la política se puede apostar sobre seguro que elegirían, puestos en la misma tesitura, lo primero. De Margarita…