Don Cristóbal Montoro Romero ha tenido a bien aparecérsele a Graciano Palomo. El periodista ha quedado asombrado ante tanta sabiduría, entrega y desvelo. La entrevista exuda ese asombro y deja al lector preguntándose si no nos hallaremos ante el Colbert del siglo XXI. Este hombre se nos presenta como alguien hecho a sí mismo tras superar todas las dificultades de criarse en una casa pobre del sur de Madrid donde una naranja era un manjar, todo él pura vocación de servicio público, espíritu de entrega, sacrificio en aras del progreso de España. Tanto ama a su país que está dispuesto a todo para respaldar financieramente a Cataluña porque, nos recuerda, Cataluña es España. Lo que no dice es que al resto ya nos pueden ir dando.
Qué impostura. Es como si los dos, ministro y periodista, hubieran hecho una excursión a Cornejo a buscar un disfraz de estadista que le quedara medio bien al vampiro. Encontrada la máscara, el gobernante se la ha colocado y el periodista se la ha ajustado para luego presentarse ante nosotros desde las páginas de El Mundo, por ser éste el periódico de papel con más lectores que, habiendo votado a su partido, critican su política en Hacienda.
Dice que gana "sólo" 67.000 euros al año, que es muy poco para alguien de tanta valía. Sin embargo, olvida dos cosas, que nadie le ha puesto una pistola en el pecho para que sea ministro y que, si es capaz de ganar mucho más fuera de la política, que no dudo que así sea, es gracias a los cargos que ha ostentado en ella. Y es seguro que, cuando vuelva a dejar de ser ministro, ganará mucho más de lo que hubiera sido capaz sin serlo. Dice que tiene narices que digan que a él le gusta subir los impuestos. Y, desde luego, menos mal que no le gusta hacerlo, que si llega a gustarle no nos quedaba ni para comprar lotería de Navidad, una fuente de ingresos que, gracias a su inteligente política de gravar sus premios, se ha visto tan mermada que ha tenido que venir Raphael a hacer el ridículo haciéndonos los cinco lobitos a ver si así picamos y compramos algún décimo.
Ahora, lo más terrible es cuando adopta el inconfundible estilo que gastan los políticos al sur de Depeñaperros y que pusiera de moda Felipe González cuando dice eso de "desafío a que alguien demuestre que yo he dictado una orden política alguna (sic) a la Agencia", o sea, que, como decía el otro, ni hay pruebas ni las habrá. Y claro, luego viene la prueba de que la turca que se agarró cuando lo hicieron ministro no se le ha pasado todavía y dice que el PP volverá a ganar las elecciones porque los mercados no son gilipollas, como si las elecciones dependieran del voto de los mercados. Si vuelve a ganar no será porque los mercados no son gilipollas, sino porque lo somos nosotros.