Ya tiene el PSOE aprobada por su militancia, con mayoría soviética de más del noventa por cien, su estrategia de gobernar con Podemos. Naturalmente, nada se preguntó de los pactos que se alcanzarán con la Esquerra. Sin embargo, no es esa la más importante consulta que no se hizo. Lo que tendrían que haber tenido oportunidad los militantes socialistas de votar es el programa del PSC. Es ese programa el que hizo que sus tradicionales votantes se volcaran con Ciudadanos en las últimas catalanas. Aprendida la lección, el PSC vuelve a tratar de maquillar su sedicioso propósito para recuperar allí a los votantes del Cinturón Rojo de Barcelona, que ya no quieren saber nada de los naranjas tras comprobar que Rivera ha hecho de su partido una formación de derechas. Aprovechando el congreso que celebrarán en diciembre, los socialistas catalanes les van a decir a emigrantes extremeños y andaluces que el PSC sigue siendo, como siempre, su partido. Y propondrá que se deshaga la inmersión lingüística, se obligue a la Administración catalana a comunicarse con los catalanes que así lo pidan en castellano y se devuelva la imparcialidad a la televisión y radio autonómicas. Es como si la zorra les dice a las gallinas que a partir de hoy las visitas al corral serán para bailar sardanas juntos.
A lo que no renuncia Iceta es al reconocimiento de Cataluña como nación en la futura reforma federalizante de la Constitución que tiene en la cartera el PSOE. Lo hace en la convicción de que la mayoría de los catalanes, aunque no sean independentistas, consideran que en efecto Cataluña es una nación. Lo que no les dice es que detrás de ese reconocimiento están el derecho a decidir, la autodeterminación y un referéndum a medio plazo, tras el cual los votantes del PSC dejarán de ser españoles para quedarse en catalanes de segunda.
Cuando el PSOE insiste, frente a la negociación entre Gobiernos que exige Esquerra, en una negociación de partidos, no lo hace porque se haya dado cuenta de que el Gobierno de Sánchez es tan Gobierno de los catalanes como de cualquier otro español y no puede negociar de igual a igual con un Gobierno autonómico. Se empeña en lo de la mesa de partidos para que quien negocie sea Iceta, que lo que quiere es pactar con la Esquerra el Gobierno de Cataluña y, desde la Generalidad, ser el ejecutor de la unidad de España con la tolerancia, indulgencia y traición del PSOE de Sánchez.
A Sánchez e Iceta todavía no se les han caído las caretas, pero ya es posible vislumbrar, detrás de las que ocultan sus verdaderos rostros, las pústulas en la piel y el vitriolo en los ojos que no eran tan visibles el 10 de noviembre. Quizá por eso lo justo sea que haya unas terceras elecciones en las que los votantes socialistas de dentro y fuera de Cataluña sepan de verdad lo que están votando. No caerá esa breva.