No recuerdo unas elecciones europeas tan trascendentales. Hasta ahora no habían servido para otra cosa que para hacer una gigantesca encuesta y ver cómo estaba la relación de fuerzas entre los dos grandes partidos. Habiendo sido casi siempre así, es muy natural que muchos, por inercia, quieran analizar éstas que se celebrarán el próximo domingo con el mismo patrón. Se verá entonces si el PSOE consigue remontar gracias al inesperado impulso dado por la torpeza de Cañete, si Rajoy ve respaldada su política de ajustes, si Rubalcaba se despeña o si el liderazgo de Rajoy se resiente.
No digo que no haya que analizar esto. Sin embargo, más interesante será ver el tamaño del varapalo que recibe el bipartidismo o, mejor dicho, este bipartidismo. Porque no se trata de que no haya dos grandes partidos que se alternen, sino de que los que lo hagan tengan el sincero propósito de regenerar el sistema. No es el bipartidismo el que produce unas clientelas que alimentar, politiza la Justicia, sube los impuestos o riega con subvenciones a empresarios amigos. No es desde luego el bipartidismo el que admite a ETA en las instituciones. Es el PSOE. Y luego, cuando en dos ocasiones creímos que el PP cambiaría eso, resultó no ser del todo cierto, la primera, y abiertamente mentira, la segunda. Al final, también el PP alimenta a una amplia clientela, politiza la Justicia, sube los impuestos, reparte subvenciones y se muestra tolerante con ETA.
En 1994 PP y PSOE sumaron el 71% de los votos; en 1999, el 75; en 2004, el 84, y en 2009, el 81. Para éstas de 2014, las encuestas aventuran que no llegarán al 60%. Una debacle así significaría no que el bipartidismo está acabado, sino que uno o los dos partidos mayoritarios podrían estar en trance de ser sustituidos por otros. Porque nuestro bipartidismo no es fruto de nuestro carácter, sino de la ley electoral, que prima extraordinariamente a los partidos mayoritarios. Lo que no significa que los grandes tengan que ser siempre el PP y el PSOE. No sería la primera vez que una de las dos patas es sustituida por otra sin que el sistema deje de ser bipartidista. En 1982 la UCD pasó de 168 a 16 diputados y Alianza Popular, de 9 a 107 en una sola legislatura.
Si los electores de izquierda y derecha nacionales, asqueados de sus respectivos partidos, se convencen de que alguno de los supuestos enanos que les están creciendo están en condiciones de aglutinar su voto porque ya han convencido a los suficientes, ese electorado se pasará con armas y bagajes al nuevo partido empujado por la misma ley electoral que ha sostenido hasta ahora al PP y al PSOE. La probabilidad de que una cosa así ocurra en el futuro, en la derecha o en la izquierda o en ambas, es lo que, entre otras cosas, nos dirán los resultados del domingo.