Los norteamericanos han vuelto a decepcionar a los medios de comunicación de izquierda de uno y otro lado del Atlántico. A todos les pareció impensable que pudiera ganar Trump en 2016. Y, a la vista de cómo ha gobernado estos últimos cuatro años, les pareció imposible que volviera a hacerlo en 2020. Pues, salvo que el voto adelantado y por correo en Pensilvania lo remedie, Trump seguirá ocupando la Casa Blanca cuatro años más. Es probable que tarde varios días en ser oficial. Es posible incluso que al final gane Biden, pero, aunque lo hiciera, sería tan sólo por un margen muy estrecho.
Y ¿cómo explican los medios de izquierda lo que hasta hace unas horas era inimaginable? Pues lo hacen aludiendo a lo bien que embarra el terreno de juego Trump, a su capacidad para apelar a los sentimientos de los electores haciéndoles olvidar la necesidad de razonar, al miedo que los blancos sienten de ver que llegan los negros, los hispanos, los asiáticos, a la ausencia de estudios de su votante tipo. A ninguno se le ocurre recordar que Trump ha bajado los impuestos, que Trump se niega a pagar los costes de defensa de sus aliados sin recibir nada a cambio, que Trump le ha hecho frente a China, que Trump ha conseguido que algunos países del Golfo se alíen con Israel para hacer frente a Irán; que Trump mejoró ostensiblemente la economía norteamericana antes de que la pandemia, de la que es responsable de un modo u otro el Partido Comunista Chino, arrasara Occidente; que Trump está intentando acabar con la dictadura comunista venezolana y se niega a apuntalar la que padece Cuba. Tampoco a ninguno se le ha ocurrido pensar que Biden ha prometido subir los impuestos hasta estándares europeos, que Biden supone volver a hacerse cargo de la factura atlántica, que Biden quiere entenderse con China, que Biden encarna la vuelta de la política condescendiente con el islamismo radical de Obama en Oriente Medio, que Biden ha asumido la política económica socializante que quiere la izquierda de su partido, que Biden representa la indulgencia con las dictaduras castrista y chavista.
Más allá de las cuestiones concretas, el grave daño que a las instituciones y a la democracia norteamericanas está supuestamente haciendo Trump viene de la época de Obama. Fue Obama quien trajo a Trump. Fue la asunción por parte del Partido Demócrata de las ideas de la izquierda europea lo que trajo a Trump. Y el partido, en vez de renegar de él e intentar reformularse, ha insistido en más de lo mismo eligiendo como candidato al que fuera su vicepresidente. Uno que encima asumió como propios los ideales de la extrema izquierda norteamericana de Bernie Sanders, Elizabeth Warren o Alexandria Ocasio-Cortez. Lo hicieron por no perder los pocos votos que en Estados Unidos tiene esa izquierda y a cambio han movilizado a los votantes del Partido Republicano, incluidos los que se avergüenzan de que su candidato sea Trump. Salvo sorpresas, sólo conseguirán arrebatarle Arizona al histriónico presidente, y porque Trump cometió la torpeza de insultar al gran senador republicano de ese estado que fue John MacCain. Si en 2012 hubiera vencido él en vez de Obama, otro gallo cantaría.