La resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU, de 23 de diciembre, que exige el levantamiento de los asentamientos judíos en los Territorios Ocupados, está bien fundada jurídicamente. No tanto como algunos pueden creer, pero bastante más de lo que al Gobierno israelí le gustaría. Sin embargo, la cuestión no es sólo jurídica.
Lo primero es que la resolución no va a ayudar a resolver el conflicto. Dice condenar los asentamientos judíos con el fin de favorecer la solución de dos Estados. Pero no es Israel quien rechaza esa solución, conocida como paz por territorios, sino los árabes, que niegan a Israel el derecho a existir. Al menos, a existir donde está. La Guerra de los Seis Días gracias a la cual Israel ocupa los Territorios la empezó el Egipto de Naser, no ningún sionista. Y la ocupación fue consecuencia de una exigencia estratégica, para tener espacio desde el que poder defenderse de un futuro ataque árabe. Siempre hubo disposición a devolverlos a cambio del reconocimiento y de unas fronteras seguras. Salvo con el Egipto de Sadat, no hubo tal. E Israel empezó a autorizar los asentamientos en los mismos. Declararlos ilegales no resolverá el problema porque Israel no va a devolver los territorios mientras no se reconozca su derecho a existir y se garanticen sus fronteras.
¿Y por qué no aceptan los palestinos el plan de paz por territorios? Para empezar, ya no hay un actor, sino dos, Al Fatah y Hamás. Luego, aparte la poca prisa que ahora pueda tener Israel en resolver el conflicto sobre esa base, está el que los Gobiernos palestinos dependen económicamente de la ayuda internacional, moralmente justificada por el hecho de gobernar territorios militarmente ocupados por Israel. Desaparecida esta circunstancia, gran parte de la ayuda cesaría y no está nada claro que los actuales gobernantes fueran a conservar el poder. Tampoco están claras las posibilidades de supervivencia que tendría cualquiera de los dos Gobiernos palestinos tras reconocer al Estado de Israel. Luego lo que ayudaría a alcanzar la paz son las medidas dirigidas a animar a los palestinos a reconocer el derecho de Israel a existir, no condenar los asentamientos de éste, por muy ilegales que sean.
Con todo, lo más notable del caso es que un presidente de los Estados Unidos haya tirado abajo uno de los pilares de la política exterior de su país. Es verdad que Obama ha querido ser revolucionario y lo ha demostrado con Irán y con Cuba. Pero ¿también con Israel? ¿Y a días de dejar la Casa Blanca? Ni siquiera las malas relaciones con Netanyahu justifican el desplante, pues son pésimas desde hace mucho tiempo y no tiene sentido haber esperado tanto para hacerlo patente. La única explicación que encuentro es el deseo de desdeñar por última vez a los norteamericanos que, votando a Trump en noviembre, desautorizaron su política exterior. Algo así como: ¿no quieres Obama?, pues toma tres tazas. Si fuera esto, sería un irresponsable. Y encima, fatuo y engreído.