Como tantas veces, casi todos los medios de comunicación nos presentan una versión oficial de los hechos que no hay por dónde coger. La inverosimilitud de lo que se nos cuenta, sin embargo, apenas impulsa ningún análisis crítico del que extraer alguna luz. Se supone que una parte de los independentistas, los más aguerridos, liderados por Puigdemont, exigen, para apoyar los Presupuestos, que el Gobierno acepte negociar el derecho de autodeterminación del pueblo catalán. Sánchez, como el buen español que en definitiva es, se niega. Los separatistas votan su enmienda a la totalidad junto con Ciudadanos y Podemos. Los Presupuestos son rechazados y, en consecuencia, según los usos democráticos, Sánchez decide disolver las Cámaras y convocar elecciones para el 28 de abril. Que es lo que, al parecer, anunciará este viernes.
No ha podido ocurrir así. Para empezar, Sánchez estaba dispuesto a ceder en realidad más. Aceptar la presencia de un mediador internacional era infinitamente más grave que hablar de cualquier cosa porque implicaba dar por buena la existencia de un conflicto entre dos partes soberanas en el que es necesario mediar. ¿Para qué iba a aceptar Sánchez vergonzosamente la presencia del dichoso relator si se proponía romper el diálogo con los independentistas a cuenta de la autodeterminación? Tampoco tiene ningún sentido esforzarse una y otra vez en defender su derecho a agotar la legislatura para luego interrumpirla abruptamente. Por otra parte, la primera filtración de la posibilidad de unas elecciones el 14 de abril no tenía por objeto tanto convocarlas como asustar a los independentistas. Algunos ministros no entienden nada e insisten en que se puede y se debe seguir gobernando aun habiendo sido devueltos los Presupuestos. Tampoco se entiende que fueran los propios socialistas los que forzaron una votación única de las enmiendas a la totalidad, dificultando la posibilidad de un acuerdo de última hora que podría haberles permitido prolongar la legislatura. Por si todo esto no bastara, está la cara de Sánchez estos días, demudada, macilenta y pálida, ocultando una ira soterrada que a duras penas consigue impedir que aflore. Es la prueba evidente de la mala gana con la que hace lo que hace.
¿Qué ha pasado? Todo se precipitó a raíz del relator. Fue anunciar Carmen Calvo el acuerdo y defenderlo con ese desparpajo suyo fruto de la inconsciencia de su ignorancia y saltar todas las alarmas en el PSOE, con aceradas críticas de González y Guerra a la cabeza. El anuncio provocó además la convocatoria de una manifestación por parte de PP, Ciudadanos y Vox para exigir a Sánchez que no negociara con los separatistas y convocara elecciones. ¿Es creíble que Sánchez, que despreció esa manifestación convocada, como él dijo, contra su persona, se apresure a las pocas horas a obedecer lo que en ella se le exigió?
Alguien, con alguna clase de amenaza, le ha impuesto a Sánchez una decisión que él no quería tomar. De otra manera, no se entiende nada.