El alcance de la catástrofe es de tal magnitud, el frío número de fallecidos es tan abultado, que el Gobierno se ha dado cuenta de que no es posible ya excusar su responsabilidad en unos innominados expertos. No sólo, sino que, aunque fuera verdad que las "autoridades sanitarias" aconsejaron no hacer nada, cosa que es falsa, la gestión posterior ha sido tan torpe, la unificación del mando tan ineficaz, las medidas económicas tan ideologizadas, que el ajuste de cuentas para cuando todo esto termine se antoja inevitable. La carencia de tests rápidos fiables tras dos semanas y media de confinamiento; el tener que admitir que el Gobierno ha sido timado en dos ocasiones por el mismo embaucador, que hace falta ser primo; la probabilidad, dado que se oculta su nombre, de que el conseguidor sea alguien con contactos políticos y de que hayan sido precisamente esos contactos los que hicieron que se acudiera a él en dos ocasiones hace que no basten la falsificación de la estadística, las burdas mentiras, las arteras medias verdades, la ocultación de datos, las ruedas de prensa amañadas, las lágrimas de cocodrilo, las apelaciones al patriotismo o los disfraces de estadista. Las violaciones legales y constitucionales son tan groseras, el aluvión de demandas, querellas y denuncias que se avecina es de tal dimensión, que no basta ya redactar apresuradamente obtusos decretos que incluyen indisimuladas requisas, incautaciones y apropiaciones. La inepcia y los atropellos consiguientes son de tales proporciones y las consecuencias tan graves que parece imposible que el Gobierno pueda sobrevivir a esta calamidad.
Y, sin embargo, lo va a intentar. Con todas sus fuerzas. ¿Qué futuro le cabe si no a Pedro Sánchez? Naturalmente, es imposible salir vivo con la verdad por lo que tendrá que hacerlo con la mentira. La estrategia ya no es el "nadie me dijo nada". Eso ya no cuela. Y, aunque colara, no bastaría. Hay que echarle la culpa a alguien. Y ese alguien no puede ser otro que la derecha. Cuando pasa algo malo mientras gobierna ésta, la culpa es de quien gobierna. Pero si pasa cuando gobiernan los socialistas es por culpa de que alguna vez gobernó la derecha. El plan consiste ahora en responsabilizar a los inexistentes recortes de la época del PP, al neoconservadurismo, al ultraliberalismo, aunque se cuiden mucho, por ahora, de nombrar a la muy socialdemócrata Unión Europea, responsable última de la supuesta austeridad que en su día se impuso. Como si la España que Sánchez heredó fuera el paraíso del capitalismo y no el infierno socialdemócrata que es desde que Felipe González llegó al poder en 1982 y que se implantó durante los veintitantos años de Gobierno del PSOE, sin que el PP quisiera o supiera desmontarlo durante los quince que ocupó la Moncloa.
Sánchez achacará la culpa de los miles de muertos que por desgracia se va a llevar la guadaña del virus a Rajoy. El gallego es responsable de muchas cosas. Entre otras, lo es de que los socialistas tengan en sus puños el noventa por ciento de los medios de comunicación, lo que les permitirá emprender la terrible campaña de propaganda que nos espera. Pero, en lo del virus, Rajoy no tiene ninguna culpa. Del desastre añadido que para España está siendo esta pandemia mundial sólo hay un causante y se llama Pedro Sánchez Pérez-Castejón. A ver qué tele lo dice.