Inés Arrimadas posee muchas cualidades. Una de ellas es el coraje, tan raro entre los políticos. En el Parlamento de Cataluña lo demostró. Su huida de Barcelona y llegada a Madrid podría ser interpretada como un desmentido de esa valentía, pero la causa de su marcha pudo ser que Albert Rivera quería tenerla cerca y callada para poner sordina a la atronadora evidencia de que ella es mucho mejor que él. En las últimas andaluzas, donde el éxito de Ciudadanos es atribuible casi exclusivamente a Arrimadas, quedó suficientemente demostrado.
Ahora que Ciudadanos tiene el líder que merece, es cuando el partido corre serio peligro de desaparecer por las incoherencias del anterior. Les ocurrió a los naranjas que, convertidos en partido de ámbito nacional, había que tener, más allá del antinacionalismo, opinión de todo. Y ahí es donde Rivera se ganó la imagen de veleta. Al final, su Ciudadanos quiso ser un partido liberal con el voto de conservadores y socialistas decepcionados. Y logró disgustar a los dos grupos: a unos coqueteando con el inane discurso progre, y a los otros negando al PSOE la legitimidad para gobernar. En definitiva, de manera algo condescendiente, se podría decir que Rivera nunca supo qué quería ser de mayor.
En estas condiciones, Ciudadanos se ha convertido en un cascarón casi vacío que hay que llenar de propuestas que ofrecer. Están el antinacionalismo y la defensa de la unidad de España, pero no es suficiente. Lo primero que hay que hacer, sin embargo, es decidir a qué electorado quiere Arrimadas dirigirse, si al socialista o al conservador. No tiene sentido seguir insistiendo en la absurda ficción de que en España hay liberales porque no los hay. Hoy por hoy, parece que hay más huérfanos en la socialdemocracia que en el liberal-conservadurismo. La disposición del PSOE a entenderse con los independentistas y su relativa podemización en temas económicos han dejado un nicho de votantes que hoy están en la abstención o votan al PSOE con la nariz tapada. Con ellos no es posible pensar en ser primera o segunda fuerza, pero sí se puede aspirar a ser tercera. En la derecha, el enorme nicho que dejó la traición de Rajoy ha sido ocupado por el nuevo PP y Vox y de momento no se vislumbran potenciales deserciones hacia una hipotética derecha aún más blanda de lo que todavía es el PP. Un leve giro a la izquierda permitiría además a Ciudadanos recuperar a algunas de las cabezas que han desertado. No todas merecen ser recuperadas, pero algunas sí debería intentarse que vuelvan.
Arrimadas tiene que tomar una decisión y tiene que tomarla pronto, antes del próximo debate de investidura, y comenzar su travesía del desierto. Más allá de la ideología y de la disposición a votarla que cada cual tenga, todos los españoles deberíamos desearle éxito para poder contar con ella y su coraje en la defensa de nuestra nación.