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Emilio Campmany

La 'aurea mediocritas' del correlindes

Más allá de que sea o no cierto que la moderación es la mejor arma con la que ganar elecciones en España, el turbio Pedro Sánchez está muy lejos de ser un moderado.

Más allá de que sea o no cierto que la moderación es la mejor arma con la que ganar elecciones en España, el turbio Pedro Sánchez está muy lejos de ser un moderado.
EFE

Está comúnmente admitido que en la centralidad ideológica están los grandes caladeros de votos. No sólo, sino que es en el centro donde habitan la mayor parte de los electores que con facilidad cambian su voto. Se supone que la moderación en el mensaje es generosamente remunerada por el electorado y que la vehemencia y la inflexibilidad son reiteradamente castigadas. Esto es discutible, sobre todo ahora, en clara crisis de los partidos tradicionales y pleno auge de los populistas. En cualquier caso, es lo que cree Iván Redondo, y por eso le aconseja a Pedro Sánchez colocarse en todo asunto en la equidistancia, con el fin de aparentar la mesura de la que groseramente carece.

Ya antes de que irrumpiera Vox, la exigencia de PP y Ciudadanos de que interviniera en Cataluña permitió a Sánchez presentarse como la opción central, la calle de en medio entre los independentistas y los del 155. Él finge ser el moderado capaz de resolver el problema con diálogo sin permitir, por un lado, que se viole la Constitución y sin tener a la vez que recurrir a medidas extremas.

Lo mismo pasa con su reacción a los buenos resultados de Vox en Andalucía. Para parecer que él está en el centro compara a Vox con Bildu, situándolos en el mismo plano pero en extremos opuestos. El planteamiento ha hecho fortuna y ha sido imitado por otro de la misma calaña, un tal Juan Carlos Cano, del PP vasco.

Estallada la crisis de Venezuela, ha seguido el mismo patrón de conducta. Sánchez se sitúa entre quienes temerariamente pretenden reconocer a Guaidó como el legítimo presidente de Venezuela y quienes arteramente defienden a Maduro. Por eso, propone una absurda solución supuestamente intermedia consistente en dar al segundo un plazo para que convoque unas elecciones que no puede ni quiere convocar y que, aun en caso de convocadas, no serían libres.

Más allá de que sea o no cierto que la moderación es la mejor arma con la que ganar elecciones en España, el turbio Pedro Sánchez está muy lejos de ser un moderado. Nada tiene que ver con la moderación gobernar, no ya con comunistas de extrema izquierda, sino con quienes quieren destruir el mismo objeto que gobierna, que no es otro que la nación española. Tampoco la hay en colocar en el mismo plano a quienes defienden una acción política consistente en romper España por medio del terrorismo con quienes defienden su unidad y su Constitución. Porque, si hoy los etarras no matan, no es porque no crean en la legitimidad que tienen de hacerlo, sino porque tácticamente no les conviene.

Pero lo peor es lo de Venezuela. Esa calle de en medio que ha encontrado Sánchez no es en realidad otra cosa que un plazo graciosamente concedido a Maduro para que detenga y encarcele a Guaidó y reconduzca la situación. Si Maduro consigue tal cosa antes del sábado, ya no tendrá caso reconocer a Guaidó y el dictador se habrá salvado gracias a nuestro presidente.

Un correlindes muy peligroso, este Sánchez.

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