Probablemente, Luis Bárcenas no ha tenido ocasión de hablar con la infanta Cristina durante estos últimos meses. Si la hubiera tenido, habría podido darle un consejo extraído de su propia experiencia: que fuera ella quien se pague su abogado y que no se deje defender por el que contrate otra persona, aunque sea su padre. Todo abogado defiende a quien le paga y, aunque estoy seguro de que el rey quiere lo mejor para su hija, también lo estoy de que quiere lo mejor para él, y ambos intereses no tienen por qué coincidir. Reconocerse tonta, ignorante y enamorada y, por enamorada, obediente a esa alhaja llamada Iñaki Urdangarin, que es la estrategia que sus abogados le han aconsejado, la conduce al abismo. No digo que no se libre de la condena, pero será por ser infanta, no por la pericia de los letrados. Aparte que la ignorancia de las leyes no excusa su incumplimiento, está el que esa ignorancia tuvo que disiparse en algún momento antes de hoy. Y doña Cristina no ha hecho ningún ingreso en Hacienda a cuenta de lo mucho que según Montoro debe. Eso habría bastado para librarle de este mal trago. Sin embargo, no lo ha hecho, comportándose como si estuviera, si no entonces, sí desde luego ahora, de acuerdo con todo lo que su marido hizo. O sea, que puede que en su día no se enterara de nada, pero hace tiempo que tiene que estar al cabo de la calle y, sin embargo, sigue sin abonar un solo euro. Puede que la infanta creyera, que es mucho creer, que su empresa podía desgravarse fiscalmente el sueldo de su servicio doméstico. Pero hace muchos meses que tiene que saber que eso no es legalmente posible. ¿Por qué no ha hecho las liquidaciones correspondientes permitiéndose continuar en una situación que podría ser tachada, como lo está siendo, de presuntivamente delictiva?
A la infanta le hubiera interesado en su momento hacer las liquidaciones complementarias y pagar todo lo que un fiscalista le recomendara ingresar y luego pelear su devolución como ingreso indebido si es que encontraba algún fundamento para ello. Así, se hubiera librado de todo. ¿Por qué no le han aconsejado hacerlo? La única respuesta posible es que, de haber actuado así, habría dejado de ser el escudo de toda la operación. Y precisamente por seguir siendo ese escudo es por lo que ha declarado hoy como imputada. Ahora, la cuestión no es por qué deja ella que la sigan utilizando como escudo, que quizá no se haya enterado, como de tantas otras cosas, que es eso lo que están haciendo con ella. La cuestión es por qué permiten sus abogados que siga siéndolo en perjuicio flagrante de sus intereses individuales. Si los probablemente exorbitantes honorarios de Roca los pagara Urdangarin, se entendería. Sin embargo, quien paga las minutas es el rey. ¿Qué interés puede tener el monarca en que su hija siga desempeñado este desangelado papel?