La cumbre virtual celebrada entre la Unión Europea y China el pasado lunes ha pasado por los medios de comunicación sin pena ni gloria. No tiene nada de particular si se considera que nada de enjundia se acordó. Sin embargo, Von der Leyen, Michel y Merkel (presente por ostentar su país este semestre la presidencia de turno) pusieron de relieve que la posición de la Unión Europea ya no está coordinada con Estados Unidos. Naturalmente, Xi está tratando de aprovechar el abandono que padece la vieja Europa por parte de su habitual galán del otro lado del Atlántico. Aparentemente, sin embargo, la actitud europea frente a China sigue siendo la misma que la norteamericana: exigencia de respeto a los derechos humanos de hongkoneses y uigures junto con demandas de apertura del mercado chino a los productos occidentales. La diferencia es que Trump castiga la resistencia china e impone aranceles. Europa, en cambio, ladra pero no muerde.
El caso es que la impresión que transmite la Unión, especialmente Alemania, es que los temas económicos pesan más que los estratégicos. Alemania vive, como China, de exportar, pero sin competir con el gigante asiático porque lo que los germanos producen es bueno pero caro mientras lo chino es barato pero malo. Merkel está dispuesta a consentir que la República Popular siga invadiendo con sus productos los mercados europeos, empobreciendo a quienes no somos capaces de igualar la calidad alemana ni los precios chinos, a cambio de que abra su mercado a las mercaderías europeas, especialmente las alemanas. Pero la cuestión no es cuál es la actitud europea, más o menos adivinable. La pregunta es qué prefiere el Partido Comunista Chino, si seguir manteniendo sus privilegios en su relación comercial con nosotros o ceder a cambio de nuestro respaldo en lo estratégico. En este último caso, lo que se nos pedirá no será sólo cerrar los ojos a los bastonazos que la policía china da a los hongkoneses y a los campos donde están encerrados un millón de uigures. Habrá también que ser indiferente a los futuros enfrentamientos de China con India, a la expansión en el Mar del Sur de la China y a la presión sobre Taiwán. Y sobre todo habrá que cooperar en aislar diplomáticamente a los Estados Unidos. El beneficio económico sería tan grande que Europa, encabezada por Alemania, se sentirá tentada de aceptar. Tanta tibieza ante las tropelías chinas se podría presentar a la opinión pública como un modo de alejarse de la belicosa actitud que, con toda seguridad, tomarían los norteamericanos. Si Xi se siente lo suficientemente fuerte como para soportar la competencia europea en su mercado interior, tratará de llegar a esta clase de acuerdo.
En todo esto, no obstante, falta por saber la postura que adoptaría Francia, que lleva algún tiempo asumiendo una suerte de liderazgo militar europeo, enfrentándose por ejemplo a Turquía en Libia y en el Mediterráneo Oriental. ¿Qué hará Macron? ¿Querrá que Europa se enfrente a China contra el criterio de Merkel, o tratará como Alemania de lucrarse con las gabelas que ofrezca Pekín? Cuando a los franceses se les plantea tener que elegir entre la grandeur y la bolsa, no siempre eligen la bolsa. Pero, por si acaso, es mejor no apostar. Lo que sí se sabe con seguridad es qué hará España: nada.