La falta de sentido crítico en el periodismo oficialista, siempre progubernamental mande quien mande, derrocha tinta y bytes explicando las dificultades que tiene Sánchez para lograr que la independentista Esquerra Republicana apoye su investidura. Se argumenta que las exigencias de los soberanistas son difíciles de aceptar para un Sánchez que no deja de ser el secretario general de un partido, el PSOE, comprometido con el respeto a la Constitución. El análisis sería aceptable si no tuviéramos fresco en la memoria a Rufián mesándose los cabellos y rasgándose las vestiduras por la falta de acuerdo entre Sánchez e Iglesias. Los separatistas se hacían cruces de ver que se les iba por la alcantarilla la oportunidad histórica de tener a España gobernada por plagiarios y totalitarios más o menos inclinados a permitirles a medio plazo un referéndum de independencia pactado. Y naturalmente estaban dispuestos a apoyarlo incondicionalmente, con entusiasmo apenas disimulado.
Entonces, ¿por qué hoy, que tienen la oportunidad que ayer se les negó, remolonean? Pues porque va a haber enseguida unas elecciones en Cataluña en las que los separatistas, muy enfrentados, tendrán que medirse los unos con los otros. Tras ellas, Junqueras planea formar Gobierno allí con el PSC de Iceta, y éste a cambio impondrá al PSOE un plan, del que no conocemos el ritmo, pero del que sabemos perfectamente el fin, que no es otro que el dichoso referéndum. Para que Esquerra pueda ganar esas elecciones a los otros independentistas, es esencial que mantenga tan alto como pueda el listón de sus exigencias a Sánchez. Y, para que Iceta pueda recuperar buena parte de los electores que en su día se fueron a Ciudadanos, es crucial que el PSOE no las trague. Una vez se hayan contado los votos en Cataluña y los números den para el Gobierno de la Esquerra con el PSC, redondeado probablemente con el apoyo de los Comunes, no habrá inconveniente para la investidura de Sánchez con el alegre voto de Junqueras.
¿Quién puede retrasar todo esto hasta convertir la espera en inaceptable? Puigdemont. Para lograrlo le bastará ordenar a Torra que recurra la segura sentencia que le condene a la inhabilitación a fin de evitar que devenga firme. Y, mientras Torra no esté inhabilitado, la Esquerra no puede provocar las elecciones. El único problema que tiene esta táctica dilatoria es que el recurso tendría que ser ante el odiado Tribunal Supremo, al que el independentismo en general y Torra muy en especial le niegan legitimidad. Pero, salvada esa incoherencia, el recurso permitiría retrasar la crisis que ha de desembocar en elecciones en Cataluña y, de rechazo, la investidura. ¿Podremos los españoles esperar tanto? Depende del Supremo. Si éste dilata la sentencia que confirme la del Tribunal Superior de Cataluña, la demora podría ser algo embarazosa para el Gobierno. Si, como es más probable, el alto tribunal resuelve con urgencia, la investidura sufrirá un retraso más o menos asumible. Dado que el plazo de dos meses para tener que convocar nuevas elecciones empieza sólo a partir de la frustración de un primer intento de investidura, no hay inconveniente constitucional en esperar a que Junqueras gane sus elecciones. Y los demás, como siempre, pendientes de Cataluña. Qué hartazgo.