Espectáculos hediondos hay muchos, pero como los que nos ofrecen los políticos, pocos. Por un lado, el Gobierno no hace más que recortar y recortar en los servicios que el Estado presta a los ciudadanos sin tocar apenas los gastos que exige el sostenimiento de la casta política, sindical y patronal. Por otro, la oposición pone el grito en el cielo por lo que su mal gobierno está obligando a hacer. Y encima, va el presidente del Gobierno y nos brinda en la televisión las ofensivas imágenes en las que se le ve dejándose agasajar, con otros barandas del PP, por el flamante consejero vitalicio que el PSOE, cuando gobernó, impuso a nuestro Consejo de Estado.
Para aumentar el escarnio, Zapatero ha tenido a bien vestirse con la toga propia de los consejeros, terciopelo negro y bocamangas rojas, disfrazado de insigne estadista, más solemne que nunca. ¿Se puede soportar que se presente revestido de todos los honores de la augusta casa este individuo que, además de destrozar el país, entre otros crímenes, apuñala a Nebrija escribiendo estrategia con equis y fusila a Alejandro Mon confundiendo los impuestos progresivos con los regresivos? ¿Puede alguien siendo tan poco haber llegado tan lejos? En España, al parecer, puede. Vale, lo hicimos presidente y en dos ocasiones. Pero eso ya lo estamos pagando con creces y no merecemos que, además, tengamos que aguantar que nos humille dejándose retratar con una toga que le viene más grande que un capote a un colibrí.
No me parece mal que el presidente del Gobierno vaya a la toma de posesión del nuevo presidente del Consejo de Estado. Pero, para poder hacerlo, tenía que haber promulgado una ley que revocara con carácter retroactivo la que Zapatero se aprobó para sí mismo y por la que se otorgó el cargo de consejero de Estado vitalicio. Debe de ser que no tenía bastante con imponernos siete años y medio de régimen tontiloco y quería de por vida tener un foro donde poder fustigar a quien fuera, cuánto más notable, mejor, con su sus perogrulladas y sandeces.
¿Cómo quiere Rajoy ganar credibilidad fuera y dentro de España si se aviene a saludar a Zapatero como quien estrecha la mano a don José Canalejas? No es casualidad que en las elecciones francesas el debate se haya centrado en demostrar quién es el mejor candidato para evitar que Francia acabe como la España de Zapatero. Sarkozy dice que el problema estriba en que Zapatero es socialista. Y a Hollande le ha faltado un pelo para afirmar que el problema no es que Zapatero sea socialista, sino que es español. Va a ser lamentablemente cierto que aquí grosso modo son todos iguales y lo primero a lo que atienden es a cubrirse unos a otros. Pero ver cómo lo hacen en ropones y sepultados bajo todos los honores que este país puede otorgar a sus grandes hombres se hace poco menos que insufrible.