Hay palabras o expresiones que se ponen de moda en la política española quién sabe por qué. Pasa con hoja de ruta, líneas rojas, puntual y muchas más. En los últimos tiempos ha atraído los focos hacia sí la palabra relato. Lo curioso que le pasa a relato es que se usa peyorativamente cuando uno se refiere al ajeno, al que se acusa de falso, y admirativamente cuando se emplea para aludir al propio, por ser obviamente verdadero.
El PSOE trata, incluso por medios legales, de imponer su verdad sobre la Segunda República y la Guerra Civil. Según su relato, aquel régimen fue exquisitamente democrático y la Guerra Civil fue consecuencia de una sublevación militar que quería acabar con la democracia en España. Naturalmente, en ese relato ni a la izquierda, en general, ni al PSOE, en particular, les alcanza ninguna responsabilidad en el estallido del conflicto. Fruto del éxito de tal relato son las estatuas erigidas en los Nuevos Ministerios en memoria de dos de los mayores culpables del mismo: Indalecio Prieto y Largo Caballero. No fueron los únicos, pero sí dos de los más importantes. Y los dos eran dirigentes del PSOE.
Ahora, la ETA está empeñada en imponer su propio relato de lo que ella llama "conflicto". Según él, su actividad armada estaba justificada por la opresión que sufre el pueblo vasco. Y lo más que está dispuesta a reconocer por boca de sus actuales líderes es que se les fue un poco la mano. En frente, los llamados "partidos democráticos", incluido el PSOE, tratan de imponer su relato de los hechos. Según él, la democracia derrotó a ETA, gracias, entre otras cosas, a la insigne labor de Zapatero y Rubalcaba. Ante la acusación de que se rebajaron a negociar con la banda, alegan que todos los Gobiernos lo hicieron. Olvidan sin embargo aclarar que sólo ellos tuvieron éxito. Un éxito que sólo puede explicarse por medio de las cesiones que se hicieron y que todavía están por confesar.
El verdadero relato del terror etarra está todavía por escribir. Pero en el mismo no pueden faltar dos hechos: el acoso policial y político sin precedentes con el que Aznar asedió a la banda y el exceso de violencia etarra, en parte consecuencia de lo anterior, que hizo que la organización perdiera la poca legitimidad que le quedaba. Cuando más acorralada estaba, Zapatero abrió una negociación que garantizó a la ETA una salida relativamente digna a cambio de que la medalla de haber acabado con ella se la colgara el PSOE y no Aznar. En todo caso, si la ETA estuviera completamente derrotada, no habría comunicados de ETA hechos impunemente por terroristas con cuentas pendientes con la Justicia. Aunque sólo se haya cedido en no perseguir a los etarras que han conseguido zafarse de la cárcel, que algo más habrá, ya es mucho. Y es suficiente para desmentir el relato oficial.
Luego está el relato del 11-M, pero eso no es un relato, eso es un cuento chino.