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Emilio Campmany

El lastre del rajoyismo

El problema de Casado consiste en convencer a los electores del PP de que el Partido Popular de siempre ha vuelto.

El problema de Casado consiste en convencer a los electores del PP de que el Partido Popular de siempre ha vuelto.
Pablo Casado | EFE

Desde un punto de vista programático, el PP se parece cada vez más a Vox. La única diferencia apreciable está en el inequívoco europeísmo del PP frente al relativo euroescepticismo de Vox. No tiene nada de particular, ya que Vox, lejos de ser el partido de extrema derecha que dicen, no es más que una suerte de PP auténtico nacido al socaire de los incumplimientos de Rajoy. Momento cumbre de esa descafeinización que sufrió el PP fue aquél en el que el anterior presidente del partido expulsó a liberales y conservadores. Idos éstos, tras la renuncia a su ideario liberal-conservador, ¿qué PP quedó? Quedó el rajoyismo, una mezcla de gramática parda y socarronería provinciana argamasada con galleguismo de sainete, servil y complaciente con el ideario de la izquierda.

De forma que el problema de Casado consiste en convencer a los electores del PP de que el Partido Popular de siempre ha vuelto. Por eso los programas de Vox y PP se parecen tanto. Hacer un programa con las ideas de siempre del PP es fácil, pero para ganar no es suficiente. Hay que conseguir que los potenciales votantes crean que se aplicará si se gobierna. Para que lo hagan no basta decir que se cumplirán las viejas promesas que dieron a Rajoy la mayoría absoluta. Hay que demostrarlo. Y, mientras no se gobierne, la única forma de hacerlo es renegando de Rajoy, de sus colaboradores y de su herencia. Mucho más cuando el que pretende ser creído es uno de esos ayudantes cómplices. Mientras esto no se haga, el PP seguirá siendo incapaz de recuperar su fuerza.

Si el programa de Casado fuera creíble, Vox sería innecesario y Ciudadanos se vería empujado hacia la izquierda. No sucede tal porque una parte considerable de los potenciales votantes del PP no se cree lo que Casado dice. Y es normal que no lo haga mientras en las listas aparezcan hombres y mujeres de Rajoy, que en el Ejecutivo, en el Legislativo y hasta en la prensa callaron mientras Rajoy se ciscaba en las ideas que ahora dicen defender.

Hay quien opina que una campaña electoral no es momento para renegar de los tuyos. Eso será en condiciones normales. En éstas, tras haber abandonado de modo flagrante el PP a sus votantes, es más necesario que nunca, si se quiere tener alguna credibilidad defendiendo las viejas ideas una y otra vez traicionadas en el altar laico de la izquierda. Mucho más cuando quien dirige el PP es uno de los muchos que callaron, cuando no justificaron, las groseras traiciones del jefe. Puede que Casado tuviera que hacerlo para sobrevivir y tener ahora la oportunidad de rescatar al PP. Pero, si quiere que lo crean, lo único que puede quedar de Rajoy en el partido es él mismo. Los demás, a la calle.

Como no lo ha hecho, Vox sigue atrayendo a muchos de sus votantes. Y por eso el futuro de Casado es más incierto e inseguro que el reinado de Witiza.

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