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Emilio Campmany

El infierno de Picardo

Pero, que en esto les estemos mojando la oreja ha de resultarles especialmente humillante. Es el infierno que les ha procurado Picardo.

Pero, que en esto les estemos mojando la oreja ha de resultarles especialmente humillante. Es el infierno que les ha procurado Picardo.

¡Quién les ha visto y quién les ve! Los ingleses nunca han confiado en la diplomacia basada exclusivamente en el diálogo. Siempre han pensado, probablemente con razón, que para prevalecer diplomáticamente es además necesario tener detrás el poder suficiente para imponerse por la fuerza si el diálogo no desemboca en el resultado previsto. Y ahora venimos los españoles, divididos, como siempre, inconsecuentes e incoherentes, sin saber muy bien qué queremos y adónde vamos, dando palos de ciego y a trompicones, extremamos el celo en los controles de la verja, incomodamos a los llanitos,y no tienen con qué responder.

Cameron dice que cogió el teléfono y puso a Rajoy en su sitio y que éste agachó la cabeza prometiendo poner fin a los controles. Lo más probable es que le contestara una gallegada que el inglés no entendió a pesar de tener bien cerca a irlandeses y escoceses, que son primos-hermanos de los de Compostela, porque resulta que los controles siguen. ¿Y qué ocurre ante tal inaceptable insubordinación al Gobierno de Su Majestad?, pues que va el primer ministro y manda unos herrumbrosos barcos, vergüenza de lo que una vez fue la Navy, a unos ejercicios ya programados sin ninguna amenaza concreta, porque lo que no van a hacer es cañonear Algeciras y reducirla a escombros.

Luego, viene una eurodiputada y clama para que los ingleses no vengan a veranear a España. Tanto gusto. ¿Y dónde van a hacerlo, en Egipto? El recurso del boicot es propio de pueblos atrasados que carecen de poder real y que no tiene forma de imponer su voluntad. En este caso no es más que una confesión de impotencia. Whitehall va más tarde y acude a la odiada Bruselas, con la que se supone quieren partir peras y de la que dicen no querer saber nada, para pedirle ayuda, aprovechando quizá que Margaret Ashton es británica. Y lo que se le ocurre es solicitarle que mande observadores. Bueno, pues que vengan y observen que, a pesar de que el tratado de Utrecht nos autoriza a cerrar la frontera terrestre, por graciosa liberalidad del Gobierno de España la verja sigue abierta y la Policí­a española combate el contrabando lo mejor que sabe y puede. En eso tiene razón Londres, en lo de la frontera con Gibraltar lo que puede hacer Bruselas es observar, pero mandar puede mandar muy poco.

A pesar de ser español, no puedo evitar cierta pena de ver al viejo león desdentado y afónico arrastrarse en un crisis que incumbe a su querido Gibraltar, inmóvil, incapaz de dar un medio zarpazo en defensa de este Picardo que lo ha puesto en evidencia y al que no hay quien defienda con argumentos ahora que ya no se tiene la fuerza. La visión no es agradable. Es verdad que nosotros estamos peor y que somos más pasado de lo que lo son ellos mismos. Pero, que en esto les estemos mojando la oreja ha de resultarles especialmente humillante. Es el infierno que les ha procurado Picardo.

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