Cuando los periódicos europeos logren superar el estado de estupefacción en el que los resultados les han sumido, les explicarán por qué ha ganado Trump. Les dirán que Clinton era una mala candidata, que el escándalo de los emails y la carta del director del FBI le han hecho mucho daño; que los cubanos de Florida no se han decantado en suficiente número por ella debido a su enfado por haber Obama restablecido relaciones diplomáticas con el régimen de los hermanos Castro; que los obreros blancos, que votaban demócrata, se han pasado a Trump irritados por la pérdida de capacidad adquisitiva; que algunos de los que han votado a Trump a pesar de aborrecerlo lo han hecho para evitar que fuera Clinton quien eligiera al nuevo magistrado del Tribunal Supremo. Y todas son verdad.
Pero también les dirán otras que son mentira. Les dirán que en Estados Unidos todavía hay muchos blancos que son racistas, misóginos, homófobos y antiinmigración. Y es mentira porque esas taras afectan igualmente a las minorías, que a veces no quieren que los ilegales les disputen sus empleos, o que maltratan a sus mujeres o desdeñan a los homosexuales tanto como puedan hacerlo los blancos. También les dirán que el pésimo sistema educativo norteamericano da lugar a que los menos ilustrados voten a Trump. Y es mentira porque los votantes con estudios universitarios han preferido al republicano. Les dirán que Trump se ha beneficiado de su tirón en televisión cuando lo que le ha dado la victoria es su oposición al establishment, que no al sistema, del que Clinton es una representante quintaesenciada.
También se quejarán los editoriales de una nueva victoria del populismo, olvidando que es un arma a la que recurren todos. Lo harán sin preguntarse si no hay populismo en este mundo de corrección política donde un programa dirigido al crecimiento en vez de al gasto es intolerablemente ultraliberal o neoconservador; donde cualquier política dirigida a proteger a la familia es tachada de reaccionaria o ultracatólica; o en el que otra dirigida a premiar el esfuerzo o el mérito es inaceptable porque promociona las desigualdades sociales. No sólo Trump es populista.
Y, sobre todo, les ocultarán que la victoria de Trump es hija del fracaso de Obama. Es el actual presidente quien ha conducido a su país a este estado de frustración y desazón, que ha empujado al electorado a votar por una opción tan arriesgada como la de Trump. Obama ha convertido una economía liberal y dinámica en otra esclerótica y socializada. Obama ha cargado el descomunal presupuesto norteamericano con una deuda todavía más grande, lastrando el potencial crecimiento económico de los próximos años. Obama incumplió su promesa de cerrar Guantánamo. Obama ha sido blando y cobarde con los enemigos de los Estados Unidos, algo que deberíamos intentar comprender puede irritar a los norteamericanos. Obama ha vuelto a un aislacionismo que el país no conocía desde antes de la Segunda Guerra Mundial, renunciando a ser la guía del mundo libre. Y Clinton se ha presentado como la heredera de Obama. Lo definitivo de la victoria de Trump es que el responsable de ella es Barack Obama.