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Emilio Campmany

El farsante y el ingenuo

Farsante uno e ingenuo el otro, que se deja engatusar una y otra vez por la indulgente condescendencia del tontiastuto.

Farsante uno e ingenuo el otro, que se deja engatusar una y otra vez por la indulgente condescendencia del tontiastuto.
EFE

Cuando Felipe González y Aznar coinciden en público, hay noticia. En esta ocasión lo ha sido su asistencia a un foro tecnológico, aunque de lo que han hablado es de política. O mejor, de actualidad política, que no es lo mismo. No deja de ser un símbolo que el moderador del encuentro haya sido Eduardo Serra, exministro de sendos Gobiernos presididos por los dos. La imagen que se pretendía trasladar era la de que antaño había unos mínimos que estos adversarios políticos compartían gracias a la centralidad de la que los dos participaban. Símbolo de esa centralidad es el mismo Eduardo Serra, allí presente, que supuestamente basó en la mucha centralidad que atesora el no tener empacho en ser ministro de uno y luego de otro. Ahí estaba la prueba evidente de lo muy centrados que estaban Aznar y González. Hogaño, según ellos, las cosas han cambiado. Hay dos bloques mortalmente enfrentados, que cada vez se alejan más del bendito centro.

Hacía tiempo que no era posible asistir en España a tanta impostura, y eso que es una época en que todo el año es carnaval. Para empezar, Eduardo Serra no fue ministro de ambos por su moderación, sino por ser testaferro de intereses ajenos. Luego, Felipe González no tiene nada de centrista. Su partido llegó a la legalización de la Transición con el marxismo debajo del brazo. Y aunque fue González quien hizo que renunciara a él, aquello no pasó de artimaña táctica y nada tuvo que ver con ninguna convicción ideológica, que es algo de lo que González está completamente huérfano. El expresidente socialista fue un izquierdista de corte populista, pulida imitación de los muchos que, dentro de esa ideología, ha dado Hispanoamérica. Con todo, mucho más grave es su amplia responsabilidad en lo que es hoy el partido socialista. Fracasado su proyecto de convertir al PSOE en el PRI español y que gobernara indefinidamente gracias, entre otras cosas, a la corrupción, se dio cuenta de que la única forma que tenía ese partido de volver al poder y conservarlo era estableciendo una alianza estratégica, no táctica, con el nacionalismo, incluido el de derechas. No fueron Sánchez ni Zapatero quienes inventaron esta fórmula de la que hoy se queja cínicamente González. Fue él quien lo hizo, si bien con la ayuda inestimable de ese fouché de vuelo gallináceo que es Juan Luis Cebrián.

Entonces, ¿por qué se presta Aznar a avalar esa imagen? Pues porque también él, que tiene de centrista lo que Gengis Khan, quiere ser reconocido como tal. Después de haberle evitado la cárcel a González y haber incumplido su promesa de devolver la independencia a los jueces, debe de creer que tiene todo el derecho del mundo a que González le ponga la medalla de la moderación que otros le niegan. Farsante uno e ingenuo el otro, que se deja engatusar una y otra vez por la indulgente condescendencia del tontiastuto.

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