Es posible que España no sea tan diferente como a veces se dice, pero nuestra izquierda sí que lo es. La primera cosa rara que tiene es su disposición a aliarse con los nacionalistas. Se supone que la izquierda ha de ser internacionalista, convencida de que la nación es una superestructura inventada por la burguesía para engañar al proletariado y que éste defienda intereses supuestamente nacionales que en realidad no son más que intereses de clase. Puede entenderse que la izquierda esté inclinada a unirse a partidos nacionalistas de extrema izquierda, aunque la mera existencia de éstos es de por sí algo muy raro. Pero lo que no hay forma de comprender es su abierta inclinación a coligarse con partidos de derecha nacionalista, que, aparte de su nacionalismo, suelen ser más rancios y reaccionarios que sus homólogos de ámbito nacional.
Tampoco se entiende su constante negación de legitimidad democrática a la derecha para gobernar. Lo estamos viendo estos días en los que Pedro Sánchez ha puesto al PP a la misma altura que Bildu y se ha propuesto desalojarlo por encima de cualquier otra consideración. Para lograrlo está dispuesto a aliarse con Podemos, un partido cuyo fin último precisamente es fagocitar al PSOE. Y al parecer, según las encuestas, se trata de una alianza que está bien vista por la mayoría de sus electores. Lo justifica alegando los muchos recortes que ha hecho el Gobierno del PP, cuando lo único realmente radical de lo que es responsable Rajoy es de haber subido los impuestos hasta un punto al que el PSOE jamás hubiera llegado. Se empeña además en ignorar que los electores han dado la espalda al PP no por hacer política de derechas, sino por hacerla de izquierdas.
Hablan de la derecha española como de una desgracia para nuestro país, unas veces por su franquismo latente, otras por su ultraliberalismo rampante y algunas por su clericalismo sumiso. Muy franquista no puede ser un PP que tolera sin apenas protestas que se pite impunemente el himno nacional. Tampoco parece una política muy liberal subir los impuestos del modo que lo ha hecho el PP. Mucho menos clerical puede ser un Gobierno que permite que el aborto y el matrimonio homosexual sigan regulados tal y como los dejó Zapatero. No sólo, sino que el PP es el que con más vehemencia defiende una Constitución que no sólo ampara sino que abiertamente promueve para nuestro país una estructura económica muy socializada. En España además no hay ningún partido con representación que, como los hay en Europa, sea contrario a la inmigración, tenga rasgos xenófobos, se muestre euroescéptico o quiera prohibir la construcción de mezquitas.
Así que, ciñéndose sobre nuestras cabezas la posibilidad de que unos comunistas próximos a Bildu se hagan con el Gobierno de la nación, para los socialistas el peligro es que siga gobernando esta derecha cuyo mayor pecado es su tibieza a la hora de ser derecha. ¿En qué otro sitio pasa una cosa así?