Josep Borrell, otrora martillo de contribuyentes, recuerda hoy al diplomático que enviamos al Congreso de Viena en 1815, Pedro Gómez Labrador. Gracias a su incompetente gestión, España no consiguió nada de lo que se había propuesto. Sin embargo, eso no le impidió alcanzar algo de notoriedad como el más puntilloso de los allí presentes en cuestiones de protocolo, orden y preferencia. Todo lo cual acompañó de gesto adusto, mirada torva, actitud displicente y semblante severo.
Borrell le iguala en ineptitud cuando desatiende la oportunidad que el Brexit nos ofrece para avanzar en la recuperación de la soberanía de Gibraltar. O se muestra indiferente a la demanda interpuesta en Bélgica contra un magistrado de nuestro más alto tribunal. O cierra los ojos a las embajadas que el Gobierno separatista de Cataluña reabre en el extranjero. O tolera la propaganda independentista que ese mismo Gobierno difunde en el exterior en perjuicio de la imagen de España. Encima, desaprueba en público que el Tribunal Supremo mantenga en prisión preventiva a los rebeldes golpistas con el fin de presionarlo para que los libere.
Ahora bien, llega el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, constata el hecho obvio de que nuestro expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero es "el summum de la imbecilidad" y Borrell se engola y, con la misma puntillosidad de Labrador, exige respeto para quien, fingiéndose mediador, está dedicado a apuntalar el régimen abyecto de Maduro.
Por otra parte, la delicada susceptibilidad de Borrell se ve acompañada de ulteriores torpezas. Para empezar, aunque en España todos sabemos de la imbecilidad de nuestro expresidente, cabía la posibilidad de que quedara todavía alguien en el extranjero que ignorara su tara. Con esta protesta, lo único que conseguirá Borrell, para oprobio de nosotros, los españoles, que lo elegimos presidente en dos ocasiones, es que la imbecilidad de Zapatero sea aún más universal.
Más grave todavía es que, por razón de la protesta, Borrell se ha visto obligado a desligarse de la supuesta intermediación de Zapatero, con la que, dice, el Gobierno no tiene nada que ver. Nadie ha acusado a Zapatero de obrar en nombre del Gobierno español. Simplemente, le han llamado imbécil. Excusatio non petita, accusatio manifesta. La verdad es que el solemne lleva negociando allí años sin que, hasta hoy, ningún Gobierno, ni éste ni el anterior, hayan desautorizado su vergonzosa gestión. Gracias pues a la ineptitud de Borrell vuelve a ser pertinente preguntarse qué está haciendo allí Zapatero. El propio Almagro, tras concluir que se trata de un imbécil, apunta una posible explicación:
Defender una dictadura como lo ha hecho él, eso sí que es ser un político perimido, arcaico y anacrónico. También hay dejos ahí, vestigios de corrupción política, de indignidad política, porque si no nadie puede hacer eso.
La palabra clave es corrupción. Y lo más probable es que tenga un alcance mucho mayor que el que se atreve a apuntar Almagro.