Al final, como corresponde a un cobarde, Puigdemont no se ha atrevido a proclamar la independencia pura y dura, a pesar de la oportunidad que le ha dado la cobardía de Rajoy. Y encima la estrategia, en su cobardía, ni siquiera es suya, sino que sale del magín de Jordi Sánchez, el filobatasuno que dirige la ANC. La idea es negociar con la pistola de la independencia en la mano, pero sin dispararla todavía. Por eso, lo más intolerable de su discurso chantajista y harto de mentiras ha sido el momento en que se ha dirigido en castellano a todos los españoles, fingiéndose una víctima, una buena persona a la que se le cerraron todas las puertas y no tuvo otro remedio que abrir la de la independencia. Especialmente lacerante ha sido el momento en que ha recordado la sentencia del Tribunal Constitucional, tachándola de humillación para Cataluña. Están tan acostumbrados a no respetar las sentencias que no les gustan, que el verse de repente obligados a acatar una se les figura una humillación nacional intolerable.
¿Quieren más autogobierno? Negocien en las Cortes a través de sus representantes la modificación de la Constitución en el sentido que les parezca. Por desgracia, nuestro sistema político les permite, cuando ningún partido tiene mayoría absoluta, chantajear al Gobierno de turno y vender su apoyo parlamentario. Han tenido multitud de ocasiones de dar ese apoyo a cambio de una reforma constitucional en el sentido que les pareciera. Zapatero, a quien Dios confunda, lo habría aceptado. Jamás lo hicieron. Ni siquiera adelantaron nunca una propuesta concreta. Lo único que se permitieron fue presentarnos al trágala un estatuto groseramente inconstitucional aspirando a que implicara una reforma de la Constitución de facto votada exclusivamente por los catalanes. Cuando ha surgido la ocasión de que el Gobierno necesitara su apoyo, lo que han hecho casi siempre es venderlo a cambio sólo de dinero para su región. Lo que siempre han pretendido es que el resto de España comprenda, apruebe, transija y acepte sus exigencias porque sí, sin más, a cambio de, no obstante ser superiores, aceptar humildemente soportar el baldón de ser españoles. Alegan que ellos son muy pacíficos y lo demuestran pidiendo todo con una voz muy suave, con la misma suavidad con la que señalan a un niño en el recreo por hablar castellano o ser hijo de un guardia civil. Y acompañan sus exasperantes demandas de privilegios con la misma melindrosa sonrisa con la que inculcan entre los jóvenes catalanes el odio a España. Encima, los demás tenemos que aguantar que se atribuyan la representación de toda Cataluña porque a los que no piensan como ellos los mantienen callados a base de amedrentarlos, amenazarlos y marginarlos como malos catalanes. Y todo hecho, eso sí, de una manera muy pacífica y meliflua.
Es incalculable lo que hará Rajoy. Si no fuera por el discurso del Felipe VI, la probabilidad de que se sometiera al chantaje con tal de tener la fiesta en paz sería relativamente alta. Gracias a Dios, tenemos al rey.