Creímos que estas elecciones en el Reino Unido, como antes solían ser las autonómicas catalanas, eran plebiscitarias. Eran en realidad un nuevo referéndum sobre el Brexit, una oportunidad de revisar lo decidido en 2016. Quien quisiera irse de una vez de la UE, debía votar a Johnson. Y quien deseara quedarse… Ahí está, que los Bremainers no tenían claro a quién votar.
Desde luego, los liberal-demócratas de Jo Swinson han circunscrito su programa a quedarse en la Unión. Pero lo han hecho con tal vehemencia que parecía que lo que querían era cargarse antidemocráticamente una decisión impecablemente democrática. Los nacionalistas escoceses de Nicola Sturgeon, a los que obviamente sólo podían votar los europeístas que vivieran en Escocia, quieren quedarse, pero no les importa irse si el Brexit les proporciona el pretexto para un nuevo referéndum de independencia. Es lo que pasa con los nacionalistas cuando se cede y se les consiente celebrar un referéndum, que entonces tendrá que haber sucesivamente cuantos sean necesarios hasta que ganen. Y a partir de ahí ya no se celebrará ninguno más. La opción más obvia para los partidarios de quedarse tendría que haber sido la de votar a los laboristas. Al final, a rastras, Corbyn ha permitido que su partido proponga un plan de permanencia. La fórmula elegida era tan alambicada que no podía ser atractiva para nadie. Pero lo que la ha derrotado no ha sido su extravagancia, sino que Corbyn ha unido a ella un programa de vuelta a los setenta, a la añorada era pre-Thatcher, al Cretácico, cuando las organizaciones de izquierdas y los sindicatos dominaban la Tierra. Cualquier partidario sensato de seguir en la Unión Europea hubiera vacilado antes que votar a Swinson o a Sturgeon, pero desde luego en ningún caso lo hubiera hecho por el paleosocialista Corbyn.
Boris Johnson, con astracanadas incluidas, ha ofrecido a los británicos salir de una vez del bucle en el que los había metido el Brexit de la única forma democráticamente aceptable, que es respetando el resultado del referéndum. A este programa, ha añadido algo de condimento populista y prometido un incremento sustancial del gasto público en servicios sociales, supuestamente muy deteriorados por los recortes presupuestarios de los conservadores. El mensaje incluyó implícitamente la idea de que tal incremento se financiará con lo mucho que se ahorrarán gracias a salirse de la Unión y al aumento de la productividad tras librarse de la hiperregulación procedente de Bruselas. Sean o no realistas las propuestas de Johnson, es obvio que han resultado atractivas para buena parte del electorado que antaño votaba laborista y que ha visto cómo el partido se ocupaba de toda clase de minorías y se olvidaba de ellos.
Los medios europeos tachan a Johnson de payaso mientras tratan con inmenso respeto al marxista Corbyn, cuando tan risible es éste con su periclitado programa como pueda serlo el populismo de Johnson. Sin embargo, el clown le ha levantado la merienda al socialista ortodoxo por un buen montón de escaños. Si en los próximos años el rubio del pelo alborotado acierta a levantar la economía británica y logra transmitir la idea de que ha sido gracias a irse de Europa, ya veremos si lo siguen teniendo por un payaso.