Es revelador cómo están siendo tratadas en España las noticias que vienen de Brasil. El gigante sudamericano es uno de esos países en los que sus ciudadanos, de forma democrática, han elegido a un gobernante genuinamente de derechas que, por serlo, es tachado por la prensa de izquierdas de neofascista ultraconservador. Sorprendió que Jair Bolsonaro eligiera como ministro de Justicia a un juez estrella, que en todos sitios cuecen habas. Se trata de Sèrgio Moro, máximo responsable judicial de la operación Lava Jato, la investigación de la corrupción del Partido de los Trabajadores, que es como en Brasil llaman al Partido Socialista. Fue el empeño de este juez, entre otros, el que acabó con Lula da Silva en la cárcel y provocó la destitución de Dilma Rousseff. Se han publicado ahora unos mensajes, intercambiados entre el que entonces era juez y el fiscal de la operación, Deltan Dallagnol, que revelan un cierto grado de concertación que podría envenenar todo el proceso contra Lula da Silva y suponer en última instancia su liberación.
Sin perjuicio de qué límites establezcan las leyes brasileñas, no debería escandalizar que juez instructor y fiscal intercambiaran pareceres acerca de la instrucción de un caso. Mucho más cuando, por tratarse de personas con tantas aldabas, el más pequeño patinazo puede acabar en el archivo de la causa. En todo caso, no cabe duda de que el juez incorruptible ha aprovechado su tirón mediático para labrarse una carrera política. Esto no es lo más edificante y pone, sin duda, en tela de juicio la imparcialidad que debía haber tenido el juez instructor cuando actuó contra el expresidente. Tampoco hay duda de que la infracción de las garantías que protegen al investigado durante un proceso obliga a liberar al preso por abrumadora que sea la convicción moral de su culpabilidad. Las formas, en Derecho, están para ser respetadas y su violación ha de tener consecuencias.
Ahora bien, lo que no es admisible es que la prensa española, especialmente El País, pero no sólo, presente a Lula como a un inocente víctima de un juez ambicioso. Porque si algo es incuestionable en todo esto es la corrupción del socialista. Como tampoco es aceptable que se denigre al juez por hacer lo que, de forma corregida, aumentada y superlativa, ha hecho Garzón, que ha sido ampliamente exculpado por los mismos medios.
Al final, pasa lo de siempre con la izquierda. Si el político que roba es de izquierdas, merece ser disculpado porque al menos procura el bien. Los de derechas son en todo caso peores porque traen el mal. Si encima roban, merecen la horca. Cuando el juez que prevarica es de izquierdas, puede perdonarse que persiga el bien con medios quizá equivocados. En cambio, el de derechas, que ya es de dudosa moralidad por serlo, si prevarica, ha de ser arrojado a los leones. Este doble rasero no es admisible y debería ser combatido con ahínco para evitar que la izquierda imponga su mecanismo, que no es otro que el de hacer que la sociedad perciba como buenas sus ideas y como malas, las de la derecha. En Brasil y aquí.