La destitución del secretario de Estado es interpretada como la lógica consecuencia del choque entre el halcón Trump y la paloma Tillerson. Se citan sus desavenencias acerca de Irán, Rusia, China o Corea del Norte. Tillerson es partidario de respetar el acuerdo con Irán, mantenerse a distancia de Rusia y dialogar con China y Corea del Norte. Trump quiere romper el acuerdo con Irán, acercarse a Rusia y tenérselas tiesas con Corea del Norte y por ende también con China. De todos estos asuntos, sólo uno hay de verdad relevante en el cese, que son las inminentes negociaciones de Trump con Kim Jong un.
Tillerson ha hecho suya la actitud tradicional de su Departamento, que es resolver los conflictos con diálogo, palos en forma de sanciones y ayudas económicas a modo de zanahorias. Donald Trump, ante la amenaza norcoreana, respaldada veladamente por China, entiende que los tradicionales instrumentos del Departamento de Estado no bastarán para conjurar la amenaza. Se cree obligado a elegir entre dos políticas que nunca tendrán el respaldo del Departamento de Estado. La primera es barrer del mapa con las armas el poder nuclear de Corea del Norte, arrostrar las críticas de enemigos y aliados, asumir el descrédito que en el mundo tendrá que padecer Estados Unidos y rezar para que China no se sienta agredida y responda en consecuencia. La segunda es preguntarle a China qué quiere a cambio de obligar a su díscolo aliado a acabar con todo o parte de su arsenal nuclear. Y si lo que pide se le puede dar, dárselo.
Probablemente Pekín ha pedido que Japón deje de importunar la política expansionista china en el Pacífico y exigido asimismo garantías de que el país nipón no será en el futuro la potencia militar que ya ha empezado a ser. Y tiene toda la pinta de que Trump ha decidido dárselo. Desde el punto de vista chino, el acuerdo es equitativo. A cambio de desarmar a un aliado, los norteamericanos desarman a uno suyo. Si, como es más probable, Tillerson ha estado al margen de estos contactos previos, no puede ser el hombre capaz de controlar la oposición que en la Secretaría de Estado levantará un acuerdo de esta naturaleza. Pompeo, por ser jefe de la CIA y testigo, si no artífice, de lo que se ha cocido estos meses, comprende la necesidad de un acuerdo que da seguridad a los Estados Unidos, aunque sea a cambio de vender a un amigo. Es por lo tanto el hombre ideal para hacer que la diplomacia norteamericana trague un acuerdo que, de otra manera, sabotearía.
De modo que Tillerson no cae tanto por ser paloma como por haber estado al margen del modo que tiene Trump de entender su America first en política exterior, y que consiste en anteponer el interés de los Estados Unidos, no sólo al de los enemigos, también al de los amigos. Puede que sea un error, pero un error coherente con su mensaje electoral.