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Emilio Campmany

Afganistán no es una derrota

Afganistán ya no es una cueva de terroristas, Al Qaeda está desmantelada y Ben Laden, así como muchos de los suyos, incluidos algunos talibanes relevantes, están muertos.

Afganistán ya no es una cueva de terroristas, Al Qaeda está desmantelada y Ben Laden, así como muchos de los suyos, incluidos algunos talibanes relevantes, están muertos.
Flickr/US Army

A los europeos, con nuestros largos siglos de guerras por intereses egoístas, nos gusta acusar a los norteamericanos de ingenuos idealistas. Luego resulta que somos nosotros los incapaces de defender nuestros intereses nacionales y sólo actuamos por supuesto idealismo buenista. La realidad es que los norteamericanos son más realistas de lo que están dispuestos a confesar y que nosotros nos permitimos el lujo de ser tan altruistas porque contamos con los norteamericanos, que, a base de defender sus intereses, protegen indirectamente también los nuestros, ahorrándonos así la engorrosa obligación de defenderlos por nosotros mismos.

Se supone que a Afganistán fuimos ellos y nosotros a implantar la democracia. Así lo presentamos para que tuviera el respaldo de nuestras opiniones públicas. Ellos fueron de manera más franca y nosotros lo hicimos a rastras porque, como nos creemos más listos que ellos, sabíamos que la misión democratizadora fracasaría. Pero el objetivo democratizador era supuestamente común. No obstante, la realidad es que tanto ellos como nosotros fuimos a otra cosa.

El atentado del 11-S fue cometido por una organización terrorista que había encontrado refugio en Afganistán. Washington activó el artículo 5 del tratado de la OTAN y los aliados, cumpliendo con nuestros compromisos, acudimos a invadir el país desde el que se había realizado el ataque. El régimen talibán, que había acogido a Al Qaeda, cayó, la organización terrorista fue desmantelada y Ben Laden resultó abatido. Si cualquier otro país sintiera la tentación de hacer algo parecido a lo que hizo el régimen talibán que gobernaba Afganistán, ya sabe lo que le espera: invasión, derrocamiento y veinte años de espera para volver al poder. ¿Creían genuinamente en Washington que podrían de paso democratizar Afganistán? Es posible que en el Departamento de Estado algunos pensaran que era factible lograrlo. Pero en el Pentágono, el objetivo nunca fue ése. Por tanto, lo relevante estratégicamente hoy no es que vuelvan los talibanes al poder. Lo importante es que fueron privados de él durante veinte años y muchos de ellos no han vivido para ver su retorno a Kabul.

El verdadero objetivo pues era castigar al régimen talibán por el cobijo dado a los terroristas con idea de que, cuando inevitablemente regresaran, no lo volvieran a hacer. Y de paso servir de ejemplo para otros regímenes que pueden en según qué circunstancias estar tentados de hacer lo que en su día hicieron los talibanes. Afganistán ya no es una cueva de terroristas, Al Qaeda está desmantelada y Ben Laden, así como muchos de los suyos, incluidos algunos talibanes relevantes, están muertos. Lo esencial de la misión en Afganistán se ha conseguido. Lo que ha sido un fracaso es la cortina de idealismo con que se disfrazó la misión para que la timorata y buenista opinión pública occidental la tragara. Y para que la siga tragando es por lo que hay que hablar hoy de derrota, aunque en realidad no haya tal.

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