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Elías Cohen

Suníes vs. chiíes

No es una buena apuesta confiar la estabilidad de la zona a un balance de fuerzas entre suníes y chiíes tremendamente inestable.

Los acontecimientos que muchos habían previsto se materializarían en el medio plazo se están precipitando tras la ejecución en Arabia Saudí del clérigo chií Al Nimr. Que en el futuro próximo Oriente Medio iba a caracterizarse por una lucha sectaria entre las dos vertientes mayoritarias del islam, suní y chií, como han señalado muchos expertos, entre ellos Shmuel Bar, y no por el sistema de Estados westfaliano creado por las potencias europeas tras la Primera Guerra Mundial, que ha colapsado tras las Primavera Árabe, es lo que muchos estrategas querían; empezando por los de la Administración Obama. El acuerdo nuclear con Irán, como apuesta de futuro, contemplaba entre líneas dejar la región en un equilibrio de fuerzas entre suníes y chiíes, lideradas por dos potencias, Arabia Saudí e Irán, respectivamente.

Tras la fallida Primavera Árabe, el enfrentamiento entre ambas facciones, capitaneadas por las potencias mencionadas, ha tenido una lógica de guerra fría: conflictos regionales en Baréin, Siria o Yemen, donde los dos actores principales apoyan desde la retaguardia. SIn embargo, la lógica de la guerra fría es la de la distensión, y eso no va a funcionar en Oriente Medio. De acuerdo con el reportaje del Council on Foreign Relations sobre la división entre suníes y chiíes, la mayoría de los grupos responsables de la violencia sectaria que ha tenido lugar en la región y en todo el mundo musulmán desde 1979 tiene vinculaciones saudíes o iraníes.

Ciertamente, suníes y chiíes llevan enfrentados desde el año 657, cuando en Sifin, a orillas del Éufrates, se enfrentaron los partidarios del omeya Muawiya y los seguidores de Alí. Catorce siglos de enfrentamiento que ha variado en intensidad y que ahora, potenciado por Occidente, va a resultar en un choque de trenes impredecible.

Tanto Irán como Arabia Saudí son expansionistas; con diferentes matices, ambos países promueven la expansión de su visión del mundo. Arabia Saudí y Estados del Golfo como Qatar lo han hecho potenciando el wahabismo, la construcción de mezquitas en Occidente y financiando grupos terroristas, o permitiendo que emergieran, como el ISIS. Como ha recordado Shlomo ben Ami, durante años, los wahabíes de Arabia han sido el origen del radicalismo islamista y los principales patrocinadores de grupos extremistas en toda la región; en la misma línea, el informe clasificado del Senado norteamericano sobre los atentados del 11-S especifica que el ISIS es un producto de "ideales" y "dinero" saudíes. Irán, que ha tenido más éxito en su estrategia expansionista, domina, en palabras del general de la Guardia Revolucionaria Qasem Soleimani, cuatro capitales árabes: Damasco, Beirut, Bagdad y Saná. Mediante el grupo terrorista libanés Hezbolá, además de estar presente en el Líbano, atacar a Israel y apoyar a Asad en Siria, extiende su influencia, ejecuta ataques terroristas en Occidente y participa en negocios ilegales como el tráfico de drogas, especialmente en América Latina.

Los occidentales, que siempre tendemos a mirar quién es el bueno y quién es el malo, ya estamos haciendo cábalas. Max Boot dice en estas páginas que los iraníes son peores que los saudíes, aunque los saudíes han financiado el terrorismo yihadista y el wahabismo. No obstante, el problema es mucho más complejo, y debe ser observado con unas gafas de amplia visión temporal y espacial. En este sentido, Henry Kissinger, en su imprescindible ensayo World Order, delinea tanto la ambigüedad de Arabia Saudí y los Estados del Golfo –aliados de Occidente, por otro lado abogan por la expansión de un orden islámico– como las ambiciones iraníes de convertirse, tras la revolución de 1979, y según refleja su Constitución, en el nuevo faro de la umma (comunidad de creyentes musulmanes) mediante los medios necesarios, incluyendo por supuesto el terrorismo y la violencia. Después del acuerdo nuclear con las potencias mundiales, Irán también jugará a la ambigüedad, especialmente con Europa, con la que le esperan unos años de luna de miel comercial.

El sunismo y el chiismo son dos concepciones islámicas del mundo enfrentadas durante más de catorce siglos; ambas pugnan por la hegemonía en el mundo musulmán y ambas están lideradas por potencias petrolíferas que financian grupos terroristas y tienen poderosos ejércitos. No es cuestión de quién sea mejor o peor, o de quién tiene más legitimidad. Lo esencial es que no es una buena apuesta confiar la estabilidad de la zona a un balance de fuerzas entre suníes y chiíes tremendamente inestable.

© Revista El Medio

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