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Elías Cohen

Fidel Castro e Israel

El dictador cubano se alineó decididamente con los enemigos del Estado judío.

Ha muerto Fidel Castro, uno de los grandes protagonistas de la Guerra Fría y, por supuesto, un dictador, a pesar de la reticencia de muchos a llamarle así.

Independientemente de su legado, que como diría Reagan acabará en el "basurero de la Historia" (que no le absolverá), Castro desplegó durante las primeras décadas de la Guerra Fría una política exterior de apoyo militar a fuerzas marxistas y a movimientos de liberación nacional en todo el mundo, también en Oriente Medio y el norte de África. En la región, se alineó con Moscú y apoyó a los países árabes enemigos de Israel acaudillados por el socialista panarabista egipcio Gamal Abdel Naser.

Castro mantuvo una estrecha relación, de amplio espectro, con la OLP de Arafat, y en 1973, durante la Guerra de Yom Kipur, sumó unos 1.500 efectivos a las fuerzas egipcio-sirias en los Altos del Golán, según cuenta Luis Pérez en su libro Cuba: Between Reform and Revolution.

Sin embargo, la relación del castrismo con Israel no empezó con mal pie. En su artículo "Cuba-Israel relations: forged over pioneering, cut over Zionism", publicado en 2014 en Haaretz, Margalit Bejarano decía que Cuba, que votó constantemente en contra de Israel en la ONU y siempre apoyó a sus enemigos, nunca puso en duda el derecho a existir del Estado judío, pero sí su política de ocupación. Es cierto que cuando triunfó la revolución castrista Israel estableció relaciones diplomáticas con La Habana y que los revolucionarios cubanos, como toda la izquierda de entonces, estaban fascinados con los kibutzim y el colectivismo sionista. Fue por el estrechamiento de los lazos entre Israel y EEUU –y no por la política de ocupación, como señala Bejarano– que Cuba se acabó decantando abiertamente por los palestinos y en favor de los países árabes. Las relaciones diplomáticas entre La Habana y Jerusalén se rompen en 1973 por iniciativa cubana; hasta el día de hoy, Israel mantiene una oficina de intereses en la embajada de Canadá en la Isla.

Mientras mantuvieron relaciones diplomáticas plenas, Israel proporcionó una importante asistencia civil a Cuba en el campo del cultivo de cítricos. No obstante, y como ya hemos visto, cuando Castro decretó "Socialismo o muerte" y definió su revolución como socialista –a pesar de su original "We are not communist"–, La Habana se unió al equipo del Pacto de Varsovia, con todo lo que ello implicaba. En 1968 empieza el apoyo rotundo de Castro a los palestinos, y Cuba envía instructores y asesores militares a las bases palestinas en Jordania para entrenar a los fedayines; dos años después, una delegación de alto nivel de la OLP es recibida en La Habana. En esta luna de miel con los palestinos, se reforzaron las conexiones de Cuba con la OLP y con otras organizaciones como el FPLP, se impulsó la capacitación de guerrilleros latinoamericanos en el Líbano y desde La Habana se procuró entrenamiento en contrainteligencia. En 1974, Arafat será recibido por Castro en la Isla.

De acuerdo con Domingo Amuchástegui, de la Universidad de Miami, en esta etapa la OLP incluso facilitó préstamos al Gobierno cubano, y a cambio Cuba concedió apoyo político y diplomático a Arafat durante la invasión israelí del Líbano, en 1982. En la década de 1980, las universidades cubanas graduaron a cientos de estudiantes palestinos en diversos campos, especialmente en los sanitarios.

Pese a esta sólida relación entre el castrismo y la OLP, Israel no rompió sus relaciones diplomáticas con Cuba. Fue La Habana quien finalmente rompió con Jerusalén, en 1973, coincidiendo con su envío de efectivos para combatir al lado de egipcios y sirios en pos de la destrucción definitiva de Israel.

La maquinaria militar cubana, en muchas ocasiones bajo órdenes de Moscú, estaba orientada a extender la revolución marxista por el mundo –los neocons querrían extender la democracia a base de intervenciones militares, pero eso ya sería fascismo neoliberal a las órdenes del Capital–. En 1973 no se trataba de la lucha por la liberación de un pueblo, o por la construcción del socialismo; en la guerra de Yom Kipur el objetivo era arrasar Israel, y la Cuba de Fidel aportó su granito de arena al intento de genocidio, finalmente fallido. Más de cuarenta años después, Cubavolvió a apoyar al régimen de los Asad, esta vez en la interminable guerra civil siria. Es menester recordar que Bashar al Asad estuvo a punto de ser depuesto por una coalición internacional como castigo por su uso de armas químicas contra población civil.

Tras la caída del Muro de Berlín, emergieron contactos informales entre Israel y Cuba, sobre todo relacionados con el turismo, la agricultura y la industria, promovidos principalmente por el histórico agente del Mosad y posterior ministro Rafi Eitán. No obstante, las relaciones nunca se restablecieron.

Ya apartado de la primera escena, en una entrevista que concedió en 2010 al periodista Jeffrey Goldberg, Castro sorprendió al mundo entero al hablar en contra del negacionismo del Holocausto promocionado por Ahmadineyad y reconociendo la existencia de Israel. Luego, en 2014, acusó a Israel de haber conspirado con USA para crear el Estado Islámico.

Castro fue un dictador comunista que en un primer momento estableció gustosamente relaciones con Israel –Cuba no fue ni la primera ni la última dictadura en mantener relaciones diplomáticas con el Estado judío–; pero en cuanto Israel se situó en cerca de EEUU, no dudó en ayudar masivamente a la OLP y en enviar tropas para su destrucción. Es difícil afirmar que Castro no viera con simpatía la fundación de Israel, pero es evidente que no habría derramado una lágrima si sus aliados egipcios y sirios hubieran terminado con el sueño sionista. Y mucho menos se lamentó jamás por los asesinatos de civiles que sus alumnos de la OLP y del FPLP perpetraron durante décadas.

© Revista El Medio

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