Por querer adjuntar las fotos de la odisea en la nieve –que ya me han llegado, así que, como vuelve a nevar, las dejo para la semana que viene– he ido retrasando la puesta al día del blog. Y como dar a luz una nueva radio, amén hablar seis horas y escribir a troche y moche, es tarea para la que no bastan veinticuatro horas diarias, héteme convertido en prófugo, desertor o absentista del blog. Mil disculpas. También querría haber tenido tiempo y tranquilidad para comentar la referencia en el blog de Pío Moa a mis últimas referencias sobre Cataluña y la que me parece independencia ineluctable, aceptada y financiada por el resto de España, lo que invitaría a abreviar el trámite y no a dilatarlo. Pero como no tengo tiempo para hacer todo lo que debo –de lo que quiero, ni hablo– apuntaré al menos dos o tres cosas sobre el problema español en Cataluña para no obviar el reto dialéctico de Pío Moa, siempre digno de leer y meditar.
Como digo antes –y he dicho siempre– España no tiene –o no tenía– un "problema catalán". Lo que padecemos desde hace mucho –el siglo de vida del nacionalismo catalán– es el problema español en Cataluña, que consiste en no tener clara la idea nacional española y, por tanto, no saber, poder o querer abordar el reto del separatismo catalán, que tiene una debilidad esencial que convendría recordar: el nacionalismo como proyecto de secesión siempre fue un proyecto de élites y no de la mayoría del pueblo. Sin embargo, los Prat de la Riba, Cambó, Pujol o Montilla han acabado convenciendo a la clase dirigente madrileña –política y mediática– de lo que no han podido convencer a la mayoría de los ciudadanos de Cataluña. Sin embargo, en las últimas décadas –y sobre todo en estos tristes años zapateriles y rajoyanos– el proyecto secesionista ha ido legitimándose, afianzándose y creciendo a medida que Cataluña iba corrompiéndose y, lógicamente, aceptando o resignándose al futuro diseñado por sus élites.
Naturalmente, esa aceptación de hecho del separatismo catalán, pero con la cláusula nada secreta de colonizador económico del resto de España que parece último lazo de unión cuando no pasa de primer dogal chantajista se ha producido en la medida en que todas las instituciones del Régimen han desechado la idea nacional española, la soberanía popular y la igualdad de los ciudadanos ante la Ley. España ya no es, como anunció Zapatero, un concepto discutido y discutible, sino desechable y lógicamente desechado. El Estatuto de Cataluña, votado en Barcelona y en Madrid, es la prueba de esa metástasis del cáncer españicida. Y sea cual sea el pastel que nos sirva el Tribunal Constitucional –siempre genuflexo ante el nacionalismo–, nadie tiene la menor duda de que el liberticidio secesionista continuará, porque ni la Izquierda en el Gobierno ni la Derecha que podría sustituirlo van a poner en duda la legitimidad del separatismo catalán para deslegitimar a la Nación y a la idea misma de España. Si una región, país, ente o lo que sea pero en proceso de abierta secesión, puede poner y quitar gobiernos y los que pueden gobernar, PSOE y PP, lo aceptan de derecho o de hecho, creo que la primera obligación intelectual que tenemos es constatarlo. Y tras la constatación, por desgracia, yo no veo solución a lo que ninguno quiere que la tenga.
El editorial conjunto de los once periódicos catalanes insultando al Constitucional y afrentando trapaceramente a la verdad histórica y política es para mí el hito irreversible y la prueba más clara de que en Cataluña han quemado sus naves. Lo de los toros, el cine y las multas salvajes por rotular en castellano los comercios o empresas son sólo piedrecitas en el camino que ha llevado de Pulgar en una mano, la española, abierta o cerrada pero mano y no dedo, a este Pulgarcito extraviado en el bosque del separatismo institucional que no es solamente la verdad oficial sino una realidad política a martillazos, contra los que, en Madrid, yo sólo veo cabezas de clavos.
Dice Pío que yo soy demasiado pesimista pensando que en Cataluña no se puede hacer nada y demasiado optimista pensando que el resto de España está mejor que Cataluña. No. Yo soy pesimista porque veo que el resto de España está hecho, es decir, deshecho a imagen y semejanza de la Cataluña oficial, contra la que no se alza la Cataluña real. La única duda ante este desolador panorama es si la amputación catalana podría revivir, siquiera por el dolor, a este cuerpo enfermo, afiebrado, de la pobre España. Es una posibilidad, pero lejana y, ésta sí, discutida y discutible. Yo siempre voy a defender la libertad, sea cual sea la relación entre Cataluña y el resto de España, pero, sinceramente, creo que el modelo de progresiva negación de todas las libertades en la España de las Autonomías es el catalán. Y que de ese modelo despótico, cuanto más lejos, mejor. Hemos pagado durante demasiado tiempo el peaje de que queremos que se queden con nosotros. Y yo no tengo ya más ganas de semejante compañía. El desdén con el desdén.